1) EL SIGNIFICADO DEL ARTE PALEOLÍTICO, LEVANTINO Y ESQUEMÁTICO EN EL CONTEXTO DEL RÍO VERO
Primera parte. Ponencia de Vicente Baldellou. Director del Museo de Huesca. Cursos de Verano. Centro de la UNED de Barbastro 2007.
Primera parte. Ponencia de Vicente Baldellou. Director del Museo de Huesca. Cursos de Verano. Centro de la UNED de Barbastro 2007.
"El Arte Rupestre en el río Vero. Prehistoria y desarrollo del territorio". Curso de verano del 2 al 6 de julio de 2007. |
Aunque el titulo de la ponencia aluda
de manera directa al río Vero, las cuestiones de significación, interpretación
o comprensión de las pinturas rupestres adquieren matices de universalidad que
trascienden los límites concretos de cualquier ámbito geográfico.
Cuando nos enfrentamos a una labor
investigadora sobre el arte prehistórico, múltiples son las facetas que se
deben abordar: documentación gráfica de las representaciones, búsqueda de
paralelos, distribución de los paneles en la cavidad, distribución de las
figuras dentro del panel, localización física de los abrigos, valoración de los
accidentes orográficos (puntos prominentes, acantilados, barrancos...), análisis
territoriales (orientación, presencia de agua, zonas de paso...), cronología
y/o atribución cultural, análisis de pigmentos, utensilios empleados, etc.
Sin lugar a dudas, una de las facetas
que más interés despierta es la que atañe a la interpretación de las
manifestaciones pictóricas, es decir, al significado que encierran y a la
comprensión del mismo por parte del observador. Es evidente que buscar la
interpretación no significa otra cosa que preguntarse qué es el Arte Rupestre,
preguntarse por qué pintaban y preguntarse qué pretendían al pintar.
Personalmente, debo reconocer que casi
siempre procuro obviar las cuestiones relacionadas con el tema de la
interpretación, ya que no sé encontrar unas mínimas garantías de certidumbre en
los métodos empleados normalmente para descifrar el sentido de las
representaciones parietales. Me limito a describir contenidos artísticos sin
abordar estos asuntos tan escabrosos y resbaladizos, manteniéndome en una
posición ecléctica adoptada en razón de las excesivas inseguridades que se
manifiestan al respecto. Así pues, esta va a ser una ponencia dictada desde el
escepticismo. El que avisa no es traidor.
Vicente Baldellou y Rosa Berges. Foto: Toño Clavero. |
Si hablamos de significación del Arte
Rupestre tendremos que tener en consideración que la Semiología se define
como la ciencia de las significaciones, que ha devenido en uno de los sistemas
de interpretación más utilizados y que ofrece una metodología sujeta a unas
normas bastante rigurosas. Frente a ella, o más bien, junto a ella, nos
encontraríamos con la
Semiótica , bien diferenciada de la primera en sus comienzos,
pero mucho más cercana a ella en la actualidad.
En efecto, sus orígenes son distintos
y sus planteamientos iniciales un tanto divergentes, pues mientras la europea
Semiología estudiaba los signos y las señales y su uso como elementos
simbólicos, la americana Semiótica se centraba más en los aspectos del
significado. Una incidía en la relación entre lo abstracto (signos o señales) y
lo concreto (realización del acto de comunicación) y otra basaba sus principios
en teorías filosófico-cognoscitivas. No obstante, ahora sus objetivos se han
aproximado mucho, lo que no deja de resultar lógico dada la íntima
correspondencia que existe entre los signos y sus significaciones. Hasta tal
punto han unido sus formulaciones que muchos autores usan ambos términos como
sinónimos.
Saliendo estas letras de un arqueólogo
poco ducho en la materia, es mi pretensión emplear conceptos de ambas
disciplinas para comprobar si nos son útiles para llegar a una explicación del
Arte Rupestre. Pretendo asimismo sacrificar la exactitud terminológica en aras
de un entendimiento más generalizado, en un intento de establecer un fenómeno
de comunicación –que no deja de ser un ejercicio semiológico- en el que se
facilite del mejor modo posible el hecho de la comprensión.
Lo primero que cabe plantearse es la
validez de la aplicación de este tipo de métodos en el Arte Rupestre. Tanto la Semiología como la Semiótica convienen en
estimar que todos los fenómenos culturales son fenómenos de comunicación, en tanto
que se trata de vehículos de significación que dan lugar a un proceso de
comprensión por parte de los destinatarios.
Vicente Baldellou y Sergio Ripoll. Muriecho 2007. Foto: Toño Clavero. |
Así pues, el Arte Rupestre como
fenómeno cultural es un hecho comunicativo y, por lo tanto, susceptible de ser
analizado. Y es razonable pensar en hacerlo si queremos descifrar el mensaje
que, sin duda, encierran las manifestaciones prehistóricas.
En todo proceso comunicativo existe un
emisor que trasmite el mensaje y un receptor que lo recibe y descifra. La
comunicación se produce cuando emisor y receptor asignan el mismo significado
al mensaje. Ahora bien, para ello tiene que haber un lenguaje mutuo,
entendiendo por lenguaje cualquier sistema de comunicación que se valga de unos
signos (en nuestro caso imágenes o figuras) ordenados de una determinada
manera, de un modo particular, que sirva para hacerlo inteligible. O sea, esta
ordenación tiene que ser conocida tanto por el emisor como por el receptor.
El Arte Rupestre tiene un sentido que
trasmite el emisor y una interpretación que capta el receptor. Son dos
conceptos subjetivos que sólo pueden coordinarse cuando uno y otro comparten el
lenguaje, el sistema de comunicación abstracto, común para los dos, que sirve
de código explicativo.
Y mucho me temo que ahí nos topamos
con las primeras dificultades, porque también mucho me temo que entre el
artista prehistórico y el arqueólogo moderno este código se ha perdido
irremisiblemente, puesto que un hecho de comunicación sólo puede estudiarse en
relación con los procesos culturales y sociales en que los signos-figuras y sus
significaciones se constituyeron.
Por lo tanto, el Arte Rupestre, sin
lugar a dudas un fenómeno comunicativo poseedor de un lenguaje específico tan
válido como cualquier otro, es en el fondo una forma de expresión cultural y social
cuyos niveles de comunicación y cuya interpretación no pueden extraerse,
descontextualizarse, de las condiciones históricas y culturales en que se
gestaron. El problema radica en que el investigador actual lo desconoce casi
todo al respecto, lo que debería incapacitarle para embarcarse en
elucubraciones faltas de toda base.
Porque, además, según el discurso
semiótico, las formas expresivas son siempre formas simbólicas capaces de
manifestar contenidos mentales que no tienen por qué estar en relación directa
con el aspecto natural de las propias formas.
La única manera de llegar a estos
contenidos mentales es, repito, conocer el código del lenguaje que permite la
interpretación del sentido del mensaje, pero el contenido de ese código sólo se
produce cuando emisor y receptor se encuentran en el mismo contexto
socio-cultural (económico, ideológico, mitológico, etc.) o lo conocen
perfectamente.
Tendremos que reconocer que no es éste
el caso que se da entre el Arte Rupestre y todos nosotros: las diferencias
cronológicas han hecho que hayamos perdido el código y las socio-culturales,
las ideológicas, impiden que podamos recuperarlo.
Ante un panel pintado, una persona de
ahora mismo sólo capta la imagen formal. Con ella tal vez podamos identificar
la figura, seguro que podremos describirla, pero también seguro que no podremos
interpretarla. Porque tenemos que ser conscientes que lo meramente formal no
basta; porque ya se ha dicho que las formas expresivas son, en realidad, formas
simbólicas; porque estamos frente a símbolos más que frente a figuras; porque son
manifestaciones alegóricas y no representaciones físicas del entorno, por muy
naturalistas y por muy descriptivas que nos parezcan...; porque, a fin de
cuentas, el simbolismo no guarda relación alguna con el aspecto externo de las
cosas.
Vicente Baldellou y Sergio Ripoll. Fuente del Trucho 2007. Foto: Toño Clavero. |
El Arte Rupestre es una especie de
intermediario entre lo natural y lo reconocible y lo ideológico y abstracto; en
él el artista prehistórico se movería entre dos dimensiones, la visible (lo
real) y la invisible (lo esotérico). Es por ello que una imagen naturalista
puede ser tan simbólica como otra esquemática y ambas igual de válidas para
conseguir el objetivo de sus autores. El contenido simbólico no depende de las
cualidades gráficas, detallistas o estéticas, de un signo-figura, sino de la
capacidad subjetiva del receptor para reconocer en lo pintado el mensaje que se
le ofrece.
Porque, además, en el seno de los
grupos primitivos no se conoce la acepción estética referida a su producción
artística, así como tampoco puede hablarse de creación particular del pintor.
Lo que prevalece es la utilidad comunicativa de las figuras, las cuales son
siempre reflejo de la visión colectiva del grupo.
Todo lo dicho nos lleva hacia la misma
dirección: cualquier intento de interpretación del Arte Rupestre exige penetrar
en el conocimiento de las sociedades prehistóricas que ejecutaron las pinturas
y que se valieron de ellas para cumplir sus designios, fueran éstos los que
fueran.
Difícil será cuando entre los propios
investigadores no existe unanimidad en atribuir determinado estilo artístico a
determinada cultura prehistórica, aunque, la verdad, tampoco sería nada fácil
si estuviéramos seguros en tales correspondencias: cada sociedad engendra una
percepción determinada de la realidad y, en las sometidas al primitivismo, tal
percepción es social y colectiva, actuando el grupo como garantía de
supervivencia.
Este concepto concuerda bastante con
el que todos solemos aceptar cuando decimos que el Arte Rupestre es una
manifestación gráfica de unas prácticas socio-culturales de grupo y que
responde a unos impulsos colectivos. Su plasmación sobre las paredes de las
cavidades constituiría el reflejo de esa conjunta percepción de la realidad y
de las necesidades emanadas de la misma.
Dicha realidad comunitaria tendría
componentes tangibles e intangibles, bien que todos ellos formasen parte de
ella en igualdad de condiciones. En efecto, los grupos primitivos mezclan ambos
aspectos para construir socialmente una realidad asequible que les faculte para
establecer unos modos ordenados de relación con el entorno.
Parece evidente que cuanto menos
desarrollo técnico poseía una población, con menos sistemas contaba para el
conocimiento y la asimilación de la realidad, sobre la que ejercería un control
muy parcial; quedaban fuera de su alcance numerosos fenómenos y elementos
naturales que no sabían explicarse, pero no por ello dejaban de formar parte de
su realidad.
Así pues, se podría decir que existían
dos realidades o, al menos, dos tipos de realidad, la que les resultaba
comprensible y la incomprensible que se les escapaba. Sin embargo, ambas son
susceptibles de ser representadas.
Se ha establecido que toda sociedad
humana recurre a dos formas de representación para figurar su realidad: la
metonimia y la metáfora.
La metonimia se vale de figuras existentes en la realidad para plasmar
la parte de ésta no controlada o incomprensible. Se trata de una concepción de
carácter alegórico que refleja, mediante elementos naturalistas, conceptos
extraordinarios. Se representa algo abstracto mediante algo real.
Sigue...
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