domingo, 31 de diciembre de 2023

RUTA AL ABRIGO DE ARPÁN

Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). 

Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.

ITINERARIOS A CONJUNTOS RUPESTRES VISITABLES. 

PEDRO AYUSO VIVAR E IGNACIO PARDINILLA BENTUÉ.


FICHA TÉCNICA

Tipo de ruta. Lineal, ida y vuelta. 

Distancia. 1,3 km (ida). 

Duración. 25 min (ida). 

Desnivel. 130 m. 

Dificultad. Baja. 

Recomendaciones. Hay que llevar agua, calzado de montaña y ropa cómoda adaptada a la estación del año.

Siempre es necesario respetar la geología, la flora, la fauna y, de forma especial, el entorno de los abrigos con pinturas rupestres.


    A través de esta ruta se visitará el abrigo de Arpán, cuyo interior guarda uno de los mejores ejemplos de arte rupestre levantino del Parque Cultural del Río Vero. Además de su excepcional valor arqueológico, Arpán forma parte de la historia de los descubrimientos del arte rupestre en la zona, ya que fue el primer gran hallazgo realizado por el equipo de prospección del Museo de Huesca dirigido por Vicente Baldellou, que tuvo lugar en 1978. Este abrigo se localiza en el barranco del mismo nombre, afluente del río Vero en su margen izquierda. Goza de unas excelentes condiciones ambientales gracias a su orientación sur, la protección de los vientos fríos del norte, sus laderas alomadas y la presencia de agua en algunos manantiales como la fuente del Trucho. 
    El itinerario parte de un aparcamiento señalizado y situado junto a la carretera A-2205, entre las localidades de Asque y Lecina (a 8 kilómetros de Colungo). Cuenta con señales direccionales y un panel con información del arte rupestre. El tramo inicial de la ruta discurre por una pista pedregosa y algo pendiente. Le sigue otro más suave, hasta llegar al punto de inicio del sendero que conduce al abrigo. Durante el recorrido se atraviesa un bello ejemplo de bosque mediterráneo, característico de la vertiente meridional de la sierra de Guara, donde crecen encinas, enebros, sabinas, jaras, aliagas y bojes. El sendero también posee un gran interés, dado que aquí entran en contacto las rocas calizas y los conglomerados, los escarpes del cañón del río Vero y una vista inusual de la colegiata de Alquézar. 
    Tras 1 kilómetro de marcha se llega a un área rocosa muy abierta orientada al sur y equipada con dos paneles interpretativos. Uno de ellos está dedicado al arte rupestre paleolítico de la cueva de la Fuente del Trucho, ya que de allí parte el sendero que conduce a la misma. Quien desee visitarla debe tener en cuenta que sus pinturas y sus grabados no son visibles desde el exterior, ya que cuenta con una verja de protección. En el Centro de Interpretación del Arte Rupestre de Colungo existe una recreación de esta cueva, lo que permite conocer con más detalle las características del yacimiento.

    Debe tomarse el sendero a la derecha, atravesar el cauce del barranco y realizar el último ascenso antes de llegar al abrigo de Arpán. Aunque está protegido por un enrejado, desde fuera se puede identificar alguna figura, entre las que destaca un hermoso ciervo. Para disfrutar del gran conjunto pictórico se recomienda participar en las visitas guiadas que organiza el Parque Cultural del Río Vero durante buena parte del año. El regreso se realizará por el mismo camino y con tranquilidad, pues para llegar al aparcamiento hay que salvar un desnivel de 130 metros.

jueves, 14 de diciembre de 2023

REMOSILLO. ARTE ESQUÉMATICO. RIBAGORZA.

 Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). 

Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.

CATÁLOGO DE CONJUNTOS RUPESTRES. 

Arte esquemático, Remosillo.

Grupo de montañeros. 


Localidad. La Puebla de Castro.

Comarca. Ribagorza. 

Descubridor. Grupo de montañeros. 

Acceso Difícil. Es necesario atravesar el cauce del Ésera y salvar una acusada pendiente cubierta por una densa vegetación. Se llega desde la carretera de Barbastro a Graus, en unos 20 minutos. 

Descripción del entorno. El medio físico revela un sector de contacto entre las estribaciones de las Sierras Exteriores prepireaicas y los relieves menos abruptos del somontano de Barbastro. La zona pintada se encuentra en la base de elevados cantiles calcáreos en pleno congosto de Olvena, abierto por el cauce del río Ésera, el cual discurre encañonado desde la presa del embalse de Joaquín Costa o Barasona. Se trata de una zona de paredes verticales en la base de cantiles que apenas ofrecen refugio. Por ello no puede hablarse de abrigos, y mucho menos de covachos; solamente la leve inclinación de estos paredones proporciona un precario techado a los paneles pintados, los cuales corren a lo largo de una bancada rocosa. Las estaciones pintadas se ubican en la margen derecha, a 400 metros s. n. m. y a unos 20 metros por encima del cauce, coincidiendo con un estrechamiento de la garganta. Descripción de los motivos Las pinturas se distribuyen en cinco sectores repartidos a lo largo del banco calizo, aunque la mayoría de los motivos se concentran en el 1 y en el 2. Todas ellas están realizadas en tonos rojos.

En el sector 1 encontramos representaciones de cuadrúpedos seminaturalistas (uno de ellos realizado mediante silueteado puntiforme), además de restos, digitaciones y barras en la parte izquierda. En este mismo sector el panel II ocupa una posición preeminente y elevada con respecto al suelo, e incluye motivos de tipo abstracto (ramiformes), un posible antropomorfo, cuadrúpedos seminaturalistas y múltiples restos ilegibles. 

El sector 2 alberga la composición más conocida del yacimiento, la representación de una escena de carácter agrícola. Se observa en ella la figuración de dos posibles carros, narrias o aperos agrícolas tirados por dos cuadrúpedos que a su vez están guiados por un antropomorfo que los conduce mediante un cabo. Junto a estos motivos se aprecian otros cuadrúpedos, además de otros antropomorfos, uno de ellos asociado a una representación circular rellena de puntiformes. Los sectores restantes albergan restos indescifrables, además de una serie de barras en el 5.




lunes, 16 de octubre de 2023

BARFALUY I. ARTE ESQUEMÁTICO. SOBRARBE.

Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). 

Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.

CATÁLOGO DE CONJUNTOS RUPESTRES. 

Arte esquemático, Barfaluy I.

Vicente Baldellou y María José Calvo.

Localidad: Lecina (Bárcabo). 

Comarca: Sobrarbe.

Descubridores: Vicente Baldellou y María José Calvo.

Acceso. Fácil. Existe un camino señalizado que parte de la localidad de Lecina. Hay que coger la senda de la Selva de Lecina, que atraviesa la cabecera del barranco Basender. Tras cruzar una barranquera, debe tomarse la senda de la derecha, que asciende monte arriba, y seguir la señalización que lleva a la partida de Barfaluy. A las cavidades se accede mediante una escalera que no entraña dificultad. Tiempo total: 1 hora.

Descripción del entorno. La partida de Barfaluy se encuentra en los riscos superiores de la margen izquierda del barranco de la Choca. Esta garganta tiene un recorrido total de 4,5 kilómetros y, a la altura de la faja, su profundidad es más o menos de 200 metros. Seca en verano, confluye con la orilla derecha del río Vero 300 metros aguas abajo. Los abrigos se abren a unos 780 metros s. n. m. La partida forma un primer escalón en el perfil superior del precipicio que asoma al barranco. La estrecha franja de tierra, poblada por un denso monte bajo, configura un circo de circunferencia bastante abierto, limitado al norte por una escarpadura de poca altitud (10 metros) y al sur por el borde del cantil, que cae a plomo sobre el lecho del torrente sin otros escalonamientos semejantes. Por encima de las quebraduras se sitúa una amplia meseta boscosa conocida como la Selva de Lecina, densamente poblada por ejemplares degradados de encina que se vieron muy afectados en otros tiempos por la explotación carbonífera de troncos y ramas. Las antiguas carboneras proliferan en el interior de la floresta y sirven de testimonio de una actividad antaño floreciente y hoy absolutamente olvidada. Barfaluy I es la cavidad situada más al este del conjunto. Se trata de un covacho con 5 metros de abertura y 5 metros de profundidad máxima. Su planta es casi rectangular. Las pinturas rupestres, todas ellas con tonalidades rojizas, se distribuyen irregularmente por las paredes calcáreas.

Descripción de los motivos. Se distinguen cuatro sectores, todos ellos con motivos pintados en rojo. El sector 1 se encuentra en la pared izquierda del abrigo y constituye el panel de mayores dimensiones del conjunto. Comprende una composición a la que se atribuye un carácter narrativo. Aparecen varios cuadrúpedos indeterminados, con colas y orejas largas, además de antropomorfos con los dedos de manos y pies muy marcados. La parte central del panel está ocupada por una escena en la que dos antropomorfos flanquean a un tercero recostado sobre lo que se ha interpretado como una narria, que bien podría ser un cuadrúpedo. Además, se aprecian algunas figuras de tipo abstracto. Todos los motivos están pintados en trazo fino y en color rojo vivo y presentan un buen estado de conservación. El sector 2 está situado en la pared del fondo y se reduce a un motivo en forma de ídolo oculado muy desvaído y apenas visible. Constituye la única figura de este tipo registrada en el área prepirenaica. El sector 3 se ubica inmediatamente a la derecha y comprende una figura compuesta por una superposición de cuatro zigzags. Finalmente, el sector 4 incluye una única digitación horizontal.

sábado, 7 de octubre de 2023

CUEVA DE LA FUENTE DEL TRUCHO. ARTE PALEOLÍTICO. ASQUE (COLUNGO), SOMONTANO DE BARBASTRO.

 Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). 

Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.

CATÁLOGO DE CONJUNTOS RUPESTRES. 

Arte paleolítico, Cueva de la Fuente del Trucho.

Pedro Ayuso Vivar y Albert Painaud Guillaume.

Localidad: Asque (Colungo). 

Comarca: Somontano de Barbastro. 

Descubridor: Vicente Baldellou. 

Acceso. Dificultad moderada. Existe una senda balizada desde el aparcamiento (km 9,500) de la carretera A-2205 que une Colungo con Arcusa. Andada de unos 20 minutos con desniveles pronunciados hasta el desvío de la cueva pintada de Arpán. A partir de ahí se sigue un sendero en descenso hasta la cueva.

Descripción del entorno. La cavidad se localiza a 628 metros de altitud, en el barranco de Arpán, subsidiario del río Vero por la izquierda de su curso. Tiene una longitud de unos 2500 metros y un caudal de agua muy irregular, permanece seco la mayor parte del año. El covacho se halla aguas abajo de los abrigos de Arpán, y frente al yacimiento se localiza una fuente natural de agua de caudal muy variable. El paisaje circundante es el propio de un clima atemperado y seco, aunque la surgencia provee de humedad las inmediaciones de la cueva, con predominio de las especies arbustivas y espinosas (aliagas, enebros, coscojas, rosáceas, sabinas, romeros, bojes…), colonias aisladas de pinos de Alepo de repoblación y ejemplares esporádicos de encina carrasca.

Descripción de los motivos. La cueva de la Fuente del Trucho es el único yacimiento con arte rupestre paleolítico de la provincia de Huesca y, sin duda, el más importante de todo Aragón. El arte rupestre de la cavidad se distribuye en dos zonas bien diferenciadas, una exterior en donde se concentran los grabados y una interna donde la pintura fue la única técnica empleada (a excepción de un simple trazo lineal grabado de perfil en v). A falta de una catalogación exhaustiva del contenido, se han identificado ciento dos unidades gráficas. De entre las pintadas, excepto tres manos en negativo de color negro (tres o cuatro en negro y algunas más en amarillo, según Pilar Utrilla en este mismo volumen), todas fueron realizadas en color rojo (con diferentes tonalidades). Si bien no todos los motivos pictóricos resultan reconocibles, se han podido identificar cincuenta y cuatro manos en negativo, once équidos, un cérvido, un cáprido, ocho signos y un interesante conjunto de puntos, alineaciones de puntos y algún disco soplado. Entre los grabados, una representación de oso, un posible felino y otros restos de zoomorfos dudosos, así como huellas (Baldellou, 1989b, 1998; Beltrán, 1993; Beltrán y Baldellou, 1980; Collado et alii, 2018; Ripoll et alii, 2001, 2005; Utrilla y Bea, 2015 y 2021; Utrilla et alii, 2013, 2014b, 2016a y 2021). Los minuciosos trabajos de documentación se retomaron en 2005 y todavía se siguen implementando nuevas técnicas, entre las que destaca el uso de escáner láser y escáner de luz blanca estructurada, además de las de documentación geométrica mediante fotogrametría y tratamiento digital de la imagen. Pero, sin duda, uno de los aportes más reseñables en los últimos años ha sido el de la obtención de fechas mediante las series de uranio-torio, que han permitido disponer de dataciones relativas para diferentes representaciones con fechas muy antiguas (Hoffmann et alii, 2017; Utrilla et alii, 2013, 2014a), las cuales superan los 30 000 años para algunos motivos.

Contexto arqueológico asociado. Esta cavidad presenta, además, un interesante yacimiento arqueológico in situ, con diferentes niveles y momentos de ocupación que van desde el Musteriense (Paleolítico medio) a diferentes fases del Paleolítico superior, de las que las etapas gravetienses y solutrenses son las mejor representadas (Utrilla et alii, 2014a, 2014b).



domingo, 3 de septiembre de 2023

CORPUS DEL ARTE RUPESTRE DEL ALTO ARAGÓN. ARTE LEVANTINO: ABRIGO DE LA RAJA L (NUENO, HOYA DE HUESCA).

 Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.

CATÁLOGO DE CONJUNTOS RUPESTRES. 

Arte levantino, Abrigo de la Raja L.

Pedro Ayuso Vivar y Albert Painaud Guillaume.


Localidad: Santa Eulalia de la Peña (Nueno). 

Comarca: Hoya de Huesca.

Descubridor: Esteban Anía. 

Acceso: Fácil. Senda señalizada desde Santa Eulalia de la Peña hasta la cavidad.

Descripción del entorno. Pese a no pertenecer al complejo de la sierra de Guara propiamente dicho, La Raja L está enclavada en la misma formación de calizas alveolinas del Eoceno medio conocida por el idéntico nombre genérico. El paraje donde se asienta el abrigo se ve flanqueado por los cursos de los ríos Isuela (oeste) y Flumen (este), los cuales acabarán confluyendo a unos 20 kilómetros en línea recta al sur de Santa Eulalia, tributando en el Alcanadre en plena comarca de Monegros, antes de desaguar en el Cinca. En sus proximidades se encuentra el manantial de San Mamés. Es una cavidad de medidas limitadas, pues aunque la boca es bastante abierta, como corresponde a todo abrigo (11 metros), su profundidad máxima apenas llega a los 3 metros. Las pinturas rupestres se agrupan en un panel sito en un saliente de la pared del fondo. Ocupa una privilegiada posición dominante sobre las amplias llanuras meridionales. La vegetación no es demasiado densa, con encinas carrascas aisladas o formando pequeños grupos. Pero sí abundan los bojes, los enebros, las sabinas, las aliagas y otras especies arbustivas. Pese a su carácter montano y a su altitud de 1200 metros, la proximidad del núcleo habitado ha humanizado el paisaje con los restos de explotación antrópica que todavía permanecen visibles.

Descripción de los motivos. Pinturas con pigmentos rojizos (vinosos y castaños). Salvo una mancha de clasificación indeterminada y un esquematismo, el resto de las figuras pertenecen al arte Levantino (Baldellou et alii, 1997a). Se puede identificar una figura humana muy estilizada, la cabeza de un cáprido y otro ejemplar parcialmente perdido, un ciervo de muy pequeño tamaño y un bóvido.

martes, 20 de junio de 2023

CORPUS DEL ARTE RUPESTRE DEL ALTO ARAGÓN. ARTE LEVANTINO: O LOMAR (FANLO, SOBRARBE).

 Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.

CATÁLOGO DE CONJUNTOS RUPESTRES. 

Arte levantino, O Lomar.

Pedro Ayuso Vivar y Albert Painaud Guillaume.

Localidad: Fanlo. 

Comarca: Sobrarbe. 

Descubridor: Jaime Vaz-Romero. 

Acceso: fácil.

Descripción del entorno. La localización del conjunto de O Lomar puede definirse como propia del sistema pirenaico y, dentro de este, constreñida al denominado Surpirineo central, en la comarca de Sobrarbe. Aunque este territorio presenta una vegetación boscosa de pinos, robles, hayas y abetos, la zona en la que se encuentran las pinturas es abierta, con vegetación arbustiva y de boj, y en ella destaca la delimitación de espacios mediante muros de piedra seca. Tal y como se describe en Ruiz et alii (2016: 102), las pinturas se realizaron sobre un bloque de grandes dimensiones (4 metros de altura y 5 metros de longitud) en una loma herbosa. Este bloque, como otros de las cercanías, se ha desprendido del farallón localizado en la cresta de la zona alta de la ladera. 

Descripción de los motivos. Este conjunto es uno de los descubrimientos más destacados de Aragón en los últimos años, y no tanto por su contenido como por su localización. Es, hasta el momento, el conjunto con arte definido como Levantino más septentrional de todo este ciclo artístico, sobrepasando en mucho tanto la latitud como la altitud máxima en las que se registran los conjuntos levantinos. Pero, junto a ello, también es reseñable el soporte sobre el que fue realizado, un bloque errático exento que nada tiene que ver con las típicas formaciones de abrigos que albergan el resto de estos conjuntos. Al margen de estas singularidades, en O Lomar se han identificado dos figuraciones zoomorfas (ciervas) y una representación humana, todas ellas en color rojo (Ruiz et alii, 2016; Rey et alii, 2019).




jueves, 25 de mayo de 2023

CORPUS DEL ARTE RUPESTRE DEL ALTO ARAGÓN. ARTE LEVANTINO: MURIECHO.

Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.

CATÁLOGO DE CONJUNTOS RUPESTRES. 

Arte levantino, Muriecho L.

Pedro Ayuso Vivar y Albert Painaud Guillaume.

Portal de la Cunarda desde Muriecho. 
Localidad. Asque (Colungo) 

Comarca. Somontano de Barbastro 

Descubridores.  Equipo del Museo de Huesca 

Acceso. Desde la carretera que parte de Colungo en dirección a Lecina, en las cercanías del punto kilométrico 19, después de pasar el collado de San Caprasio, se toma una pista a la derecha. El acceso con vehículo está restringido, por lo que deberá continuarse a pie siguiendo un sendero. En la primera parte de la etapa se llega a un altozano desde el que se inicia la bajada hacia el barranco del Fornocal. El camino transcurre entre zonas abiertas y otras boscosas hasta llegar a una zona en la que la pista describe una curva pronunciada a la izquierda. El sendero, señalizado por un mojón de piedras, continúa algo más estrecho y desciende entre el bosque hasta atravesar un pequeño barranco y, casi concluyendo la ruta, subir ligeramente hasta llegar al abrigo, todo ello con una vista privilegiada del barranco y del portal de la Cunarda.

Descripción del entorno. El abrigo decorado se localiza en la margen derecha del barranco del Fornocal, en un paisaje característico de la serranía prepirenáica que se combina con la espectacularidad de la formación encajada del barranco que ha servido para hablar incluso de garganta. La vegetación que viste esta zona es la típica de la sierra de Guara, compuesta por formaciones boscosas de coníferas y carrasca, algunas de grandes dimensiones, junto a especies arbustivas como aliagas, enebros, sabinas y bojes. 

Descripción de los motivos. El abrigo de Muriecho L (Baldellou, 1982, 1991; Baldellou et alii, 2000) presenta morfología alargada, con 17 metros de longitud por algo más de 5,5 metros de profundidad máxima, aunque se pueden definir dos zonas internas separadas por un saliente rocoso. Las figuras se distribuyen en cuatro paneles, de los que el primero contiene un número importante de motivos que conforman una escena de carácter simbólico. Son hasta treinta y nueve motivos antropomorfos que desarrollan diferentes acciones: una posible interpretación de música y baile, así como otra en la que se lleva a cabo la captura de un ciervo (Utrilla y Martínez-Bea, 2005). Esta actividad subraya el carácter simbólico de la escena, en la que el propio animal vivo adquiere importancia social. Las representaciones del panel 2 se reducen a dos antropomorfos de estilo subnaturalista. A la derecha se representaron cinco cuadrúpedos de color rojo, identificados como posibles sarrios. En el panel 3 solo se conservan unos restos inidentificables, y en el 4, la figura mal conservada de un ciervo.




miércoles, 15 de febrero de 2023

CORPUS DEL ARTE RUPESTRE DEL ALTO ARAGÓN. "El legado rupestre de Vicente Baldellou"

Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.

EL LEGADO RUPESTRE DE VICENTE BALDELLOU

Albert Painaud Guillaume y Pedro Ayuso Vivar

    En 1981, en un artículo publicado en los Cuadernos de Prehistoria y Arqueología Castellonenses que llevaba por título «El descubrimiento de los abrigos pintados de Villacantal, en Asque (Colungo-Huesca)», escribía Vicente Baldellou:
       La relación entre el Museo de Huesca y la Sierra de Guara a nivel de investigación arqueológica ha sido notablemente insistente desde el año 1975. El estudio de varios yacimientos importantes hizo que se valorase la comarca y que se pusiesen de manifiesto sus posibilidades reales, muy poco explotadas todavía. En la misma línea, el conocimiento de la existencia de las pinturas esquemáticas de Lecina y la especial configuración de la Sierra —con innumerables covachas en sus farallones calizos— me llevó a pensar que podrían existir otras manifestaciones artísticas y que sería interesante organizar algunas expediciones de búsqueda para intentar descubrirlas.
    Siguiendo esta idea, un equipo del Museo de Huesca escogió —completamente al azar— la ya citada barrancada lateral de Villacantal y se propuso su recorrido integral a fin de explorar todas las cavidades que contenía. 
    La primera fase prospectora se realizó en junio de 1978; los resultados fueron enormemente positivos y hasta sorprendentes, pues, junto a dos abrigos con pinturas esquemáticas, apareció un tercero con representaciones levantinas, tipo este de arte que no esperábamos encontrar en el territorio. 
    Para cubrir la totalidad del barranco se montó otra batida en septiembre del mismo año y de nuevo saltó la sorpresa al localizarse, en un abrigo de mayores dimensiones que los anteriores y mucho más profundo, representaciones pintadas de época paleolítica.
    En total se visitaron 56 covachos, viéndose los trabajos muy dificultados por la gran proliferación de la vegetación arbustiva, que en ocasiones se convertía en una auténtica barrera impenetrable. La incómoda andadura por los abandonados parajes imprimió un ritmo muy lento a las labores de prospección. 
    En noviembre de 1979, una tercera expedición por la misma zona del río Vero dio como fruto el descubrimiento de un quinto abrigo con pinturas, aquellas de índole levantina y esquemática. (Baldellou, 1981: 34).
    Efectivamente, en noviembre de 1974 Vicente tomó un primer contacto con la cueva de Chaves, y en agosto de 1975, provisto de los permisos reglamentarios, procedió a la primera excavación arqueológica, que publicaría con Adolfo Castán ocho años más tarde, en 1983, con reedición en 1985 en el primer número de Bolskan: revista de arqueología oscense, publicada por el Instituto de Estudios Altoaragoneses (IEA) y dirigida por él hasta su fallecimiento (Baldellou y Castán, 1983).
Figura 1. Excavaciones en la cueva de Chaves. (Museo de Huesca)
    Anteriormente, en julio del mismo año de 1975, había estado excavando unos quince días en la Espluga de la Puyascada con un grupo de ocho personas y la colaboración de María José Calvo y Ánchel Conte, descubridor del yacimiento. 
    En julio de 1976 realizaba otra campaña de excavaciones de seis días con nueve personas en la cueva del Forcón, que presentaba en su techo una serie de maccaroni trazados con los dedos. Participaron en los trabajos alumnos del Colegio Universitario de Huesca y miembros del Grupo de Investigación Espeleológica (GIE) de Peña Guara. 
    Pero en 1978 Vicente dirigió sus pasos hacia Alquézar y el río Vero, entorno del que no se separaría durante el resto de su existencia y lugar del que, según sus palabras, se iba a «enamorar» y que le marcaría profundamente, tanto en su vida como en sus investigaciones. 
    El Vero conforma uno de los cañones más orientales de la sierra de Guara y tiene su fuente cerca de El Pueyo de Morcat. Una gran parte del año se encuentra seco hasta las inmediaciones de Lecina, donde es alimentado por la fuente perenne deerrala (la fuente de Lecina). A partir de este punto cruza una amplia meseta de calizas eocenas, encajonado en profundas gargantas. Algunos kilómetros más al sur sale de su encajonamiento, ya próximo a la villa medieval de Alquézar, y sigue un curso más calmado a través de un valle que se abre hacia las tierras bajas. 
Figura 2. Grupo de prospección en el Portal de la Cunarda. (Foto: Vicente Baldellou)
    La primera visita conocida a la zona fue la de Lucas Mallada entre los años 1874 y 1876. En 1889 el francés Albert Tissandier, acompañado por el guía Pujo, realizó unos grabados, los primeros conocidos de esta región. En 1906 el montañero y fotógrafo francés Lucien Briet hizo las primeras fotos del Vero, y en 1908, en una publicación titulada Le bassin supérieur du Rio Vero (Haut-Aragon – Espagne), expresaba la majestuosidad y la belleza del barranco de Lecina:
    On a, d’une sorte de réduit que les crues envahissent la faculté de plonger les regards dans l’étranglement par lequel arrive le rio Vero. Ce passage voulu par un rocher qui s’avance en forme de cap, n’a guère que cinq mètres de large. Au-delà existe un nouveau promontoire, plus lugubre que le premier et derrière un coude empêche de voir davantage. Une falaise réduit en outre la perspective dans le sens de la hauteur, que les eaux claires et azurées remplissent et qu’il ne serait pas prudent de franchir à la nage. (Briet, 1908).
    Pero habría que esperar al año 1967 para que Pierre Minvielle, que realizaba la prospección del barranco de Lecina acompañado por su esposa, Anne-Marie, y por Jean Grangé y Jean-Marie Thuilleaux, citase por primera vez las pinturas rupestres. La zona le provocó una fuerte impresión que plasmaría en 1968 en un artículo, «Les quatre canyons du Rio Vero», en la revista francesa Montagne et Alpinisme. Citamos unas líneas del mismo que hacen referencia a la zona de Gallinero:
    Entre temps, les parois se sont élancées, la gorge a pris de l’ampleur, nous sommes dans le barranco de Lecina. Soudain, après un méandre, coup de théâtre : une falaise pourpre, légèrement arquée, percée d’innombrables grottes, impose son formidable fronton. On songe à la Cité Perdue, et si l’on se donne la peine d’escalader la muraille pour atteindre ces cavernes, l’image littéraire devient, d’un coup, réalité. Dans ces niches, les traces d’un habitat ancien fourmillent, sur le sol, sur les murs, partout. Certaines peintures font penser à l’art Aurignacien… Quel archéologue compétent viendra un jour éclairer de son savoir les origines de cette étrange cité ? (Minvielle, 1968).
    Don Antonio Beltrán, al leer la frase de Minvielle «Certaines peintures font penser à l’art Aurignacien», y sabedor de que este había solicitado permiso a la Dirección General de Bellas Artes el 22 de enero de 1969 para realizar trabajos en la zona del barranco de Lecina, organizó una expedición en pleno invierno (entre el 29 de enero y el 2 de febrero de 1969) para ver las pinturas. El mismo 3 de febrero remitía el informe preliminar a Madrid con una sucinta descripción de los covachos y las representaciones pintadas, así como de la ayuda recibida por parte del entonces alcalde de Lecina, Vicente Villacampa Plana, y de los vecinos Jesús Berges Montel y Antonio Peñart Peñart, que acompañaron y ayudaron a los expedicionarios del entonces Departamento de Prehistoria e Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza (Ignacio Barandiarán, Miguel Beltrán, María Pilar Casado, María Carmen Alcrudo, María Teresa Andrés, Almudena Domínguez y María Isabel Molinos, con los entonces alumnos María Ángeles Magallón, Francisco Burillo y Joaquín Lostal, encabezados por Antonio Beltrán) a llegar a los abrigos de Gallinero, Las Escaleretas y Fajana de Pera, así denominados por los lugareños.
Figura 3. Foto aérea de la zona de Alquézar y el barranco del río Vero en 1986. (Foto: Vicente Baldellou)
    En 1972, después de haber dado por terminados sus trabajos en la zona, Antonio Beltrán publicaría Las pinturas esquemáticas de Lecina (Huesca). Estos abrigos, con más de ciento diez figuras esquemáticas solamente en Gallinero, fueron después objeto de nuevos estudios, en 1987 se volvieron a realizar calcos integrales y en 2008 se efectuaron las últimas investigaciones con la colaboración del Departamento de Antropología Cognitiva de la Université Nice Sophia Antipolis. 
    A partir de la publicación de Antonio Beltrán de 1972 los trabajos sobre el arte rupestre en la provincia de Huesca, y en particular en la sierra de Guara, cayeron en un letargo hasta el inicio de las investigaciones emprendidas por Baldellou en 1978. En julio de ese año iniciaba una primera exploración en el barranco de Villacantal, acompañado por María José Calvo, profesora del Colegio Universitario de Huesca, y María Teresa Andrés, de la Universidad de Zaragoza, entre otros. En la cueva de la Fuente del Trucho hallaron en superficie piezas líticas que se revelarían de época musteriense. Pero además descubrieron las pinturas levantinas de Arpán L y los dos covachos de Arpán E1 y Arpán E2, con representaciones esquemáticas.
Figura 4. Participantes en la prospección del barranco de Villacantal en septiembre de 1978. (Foto: Adolfo Castán)

    Estos primeros hallazgos se dieron a conocer en unos avances y varias publicaciones basadas en los calcos realizados por la Universidad de Zaragoza. En 1987 el Museo de Huesca decidiría emprender una nueva campaña de estudios y la realización de nuevos calcos más precisos para su posterior publicación en Bolskan. 
    En septiembre de 1978, esa vez acompañado por un grupo de personas más importante (Anna Mir, contactada por Vicente para estudiar el yacimiento; María Teresa Andrés, de la Universidad de Zaragoza; María José Calvo, del Colegio Universitario de Huesca, y Adolfo Castán, del GIE de Peña Guara, entre otros), Vicente organizó una nueva expedición para explorar la totalidad del barranco. Durante la estancia en la cueva de la Fuente del Trucho es cuando se percataron de la presencia de pinturas y grabados, sin todavía atreverse a darles una atribución cronológica, como recordaría Vicente en 1981. 
    En el mes de noviembre del año siguiente, 1979, se organizó otra prospección hasta la cueva de Regacens, en el término de Asque, en la margen izquierda del río Vero, frente al barranco del castillo de Alquézar, lugar que le indicó y adonde lo acompañó el párroco del pueblo, José María Cabrero. Fue otra sorpresa para Vicente por la profusión del lugar en representaciones levantinas y esquemáticas. 
Figura 5. Transporte de rejas al abrigo de Chimiachas por parte del ejército*. Con camisa azul, Manuel Moreu, el herrero de Alquézar. (Foto: Vicente Baldellou)
    Los años de 1980 y 1981 fueron asimismo muy intensos tanto en prospecciones como, sobre todo, en descubrimientos. Acompañado por algunos amigos de Huesca como Pedro Estaún, Carlos Esco, Lourdes Ascaso y, por supuesto, María José Calvo,Vicente aprovechaba los fines de semana y las vacaciones para explorar los barrancos en los alrededores de Alquézar. En esta localidad entabló relación con algunos personajes singulares de la zona, que también lo acompañaron en algunas de aquellas batidas en busca de abrigos pintados. Entre ellos se hallaban el mencionado José María Cabrero, párroco del pueblo y de varios otros de la comarca; Tomás Sierra, el juez de paz que fue durante muchos años guía de la colegiata y que recorría varias veces al día, a pasos siempre rápidos y con un enorme manojo de llaves, la distancia entre su casa y el cenobio; José Antonio Fumanal, hombre delgado y alto al que llamaban Carrucho, gran conocedor de los montes de la región, o Manolo Moreu, el herrero, un hombre fornido, con unas manos impresionantes y también un corazón inmenso. En 1979 fue Manolo el encargado de colocar la tremenda reja de la Fuente del Trucho, un trabajo a la medida del personaje. Rota esta valla tiempo después por la acción de unos desaprensivos, tuvo que arreglarla y volverla a pintar, y en el mismo año realizó también el cerramiento del covacho de Arpán L. 
    Más adelante, Vicente le encargó la protección de quince abrigos más. Esta labor preventiva era también un tema prioritario para él y se las ingenió para contar con la ayuda de militares que efectuaron el transporte de los elementos que Manolo y su equipo encajaban posteriormente in situ. Eran transportes muchas veces bastante largos y tediosos, como para llegar a la Fuente del Trucho, Chimiachas o Remosillo, en Olvena, donde había que cruzar el río Ésera; y en ocasiones peligrosos, como en la zona de Gallinero, en la que se colocó una viga a 20 metros del suelo para permitir el montaje.
Figura 6. Lorenzo Castillo con Vicente Baldellou y María José Calvo en el abrigo levantino de Muriecho. (Foto: Pedro Ayuso)
    La discreción de las rejas utilizadas para no distorsionar el paisaje era asimismo una prioridad para Vicente, que siempre se negó a la construcción de muros o pilares. Un día nos dimos cuenta de que el color rojo oscuro del minio que usaba Manolo hacía que las rejas quedaran difuminadas sobre el fondo, así que hizo pintar de nuevo las que estaban desde un principio con tonalidades verdes. 
    Lorenzo Castillo, enterrador y tractorista de Alquézar, que fue en sus años mozos pastor en la zona, se volvió imprescindible para Vicente y fue durante mucho tiempo su guía. Fallecido hace ya unos cuantos años, Lorenzo era un hombre peculiar, no le gustaba mojarse y, cuando había que cruzar el río, desaparecía y se las ingeniaba para aparecer en la otra orilla, pero siempre seco, como lo hacía también Hunt, el perro de entonces de Vicente, que lo seguía a todos los sitios. Lorenzo siempre hablaba de galaxias y constelaciones, unos mundos mágicos que se inventaba. Pero fue un guía incansable, siempre disponible para él. 
    Y cómo olvidarnos de Maribel, una mujer de carácter a la que no se le podían comentar según qué cosas relacionadas con sus menús, como se atrevió a hacer don Antonio Beltrán al final de una comida con Francisco Jordá y con Vicente, entre otros comensales, sugiriéndole que aún tenía apetito después de comer lo indecible. Con razón se le plantó Maribel con los brazos cruzados bajo su imponente pecho. ¡Casino sale vivo de la broma! O de Antonio, su esposo, un hombre afable y campechano, fallecido hace poco, que era el encargado de asar las costillas de ternasco. Maribel y Antonio, dueños de Casa Gervasio, nos obsequiaban con unas sabrosas y copiosas cenas proporcionando crédito a Vicente, quien tenía que esperar la aprobación de la subvención, que siempre llegaba un poco tarde, para liquidar las cuentas pendientes con la casera…
Figura 7. Grupo de investigación en Cueva Negra en agosto de 1986. (Foto: María José Calvo)

    Fue Lorenzo Castillo quien en 1980 llevó a Vicente hasta la cueva de Litonares, cavidad difícil de encontrar al estar cerrada por un muro de piedra seca. Quiso entrar él el primero y enseguida vio las pinturas levantinas que nunca había visto, a pesar de haber pasado parte de su juventud guardando los rebaños y durmiendo en su interior. En las inmediaciones detectaron también dos abrigos con restos de pintura esquemática, Litonares E2 y E8. 
    En 1982 el arqueólogo Ramón Viñas, amigo de Vicente, le propuso realizar el calco de las pinturas de Litonares, documento que fue durante largo tiempo la única referencia existente, hasta los trabajos de estudio llevados a cabo posteriormente por Vicente y su equipo del Museo de Huesca.
    Años más tarde Vicente decidiría volver a la partida de Litonares. Las visitas se revelaron positivas, pues se encontró Cueva Negra y varios abrigos con restos de pinturas. En la segunda quincena de agosto de 1986 se organizaba una campaña de prospección con un grupo más numeroso para ejecutar sondeos en Cueva Negra, documentar las pinturas, realizar topografías y seguir con las exploraciones. La expedición la formaban Vicente Baldellou, María José Calvo, Albert Painaud, Pedro Ayuso, Nieves Juste, Mariví Palacín, Carmen Arduña, María Jesús Puimedón y el guía Lorenzo Castillo. En años posteriores las labores se complementarían con tareas de laboratorio. Aquellos trabajos de campo permitieron encontrar hasta ocho abrigos con restos pictóricos, y en Cueva Negra, restos arqueológicos prehistóricos. Desgraciadamente Vicente no tuvo tiempo de divulgar los resultados, que se publicaron en 2017 en Bolskan (Ayuso et alii, 2017)
    En 1981 Lorenzo Castillo llevó a Vicente a las cuevas de Quizans, muy conocidas por los lugareños porque fueron utilizadas desde hace siglos como rediles para las ovejas en la encrucijada de varios caminos hacia los Pirineos utilizados como paso obligado de la trashumancia. Allí muchas personas del pueblo habían visto pintada una rabosa con una inmensa cola. Se localizaron al mismo tiempo dos abrigos con pinturas esquemáticas y se vallaron de inmediato. Pero finalmente la famosa rabosa se describió como un ciervo, su cola resultó ser la imponente cornamenta y su supuesta cabeza no era otra cosa que un cervatillo.
Ese año fue muy importante en descubrimientos. Las prospecciones se hacían siguiendo varios rumbos a la vez. Aparte de los lugares pintados ya conocidos, aparecieron los levantinos de Muriecho y de Labarta y los esquemáticos de Cueva Palomera, Artica de Campo y Mallata, lo que elevaba a veinte el número de abrigos conocidos.
Figura 8. Labores de prospección en el río Vero buscando la ruta. (Foto: Pedro Ayuso)
    Pero 1981 fue también el año de los primeros trabajos de campo, cuando comenzaron los levantamientos topográficos, con unos métodos bastantes arcaicos de los cuales se reían mucho unos amigos franceses que nos acompañaron alguna vez. Unas gomas de ropa interior nos servían de líneas de referencia, y nos teníamos que ingeniar muchas veces unos inventos a base de ramas para llegar a lo alto de las bóvedas con la finalidad de medir la altura de las cuevas. Los resultados de las mediciones así obtenidas se pasaban a continuación a una hoja de papel milimetrado donde, juntando los puntos, aparecía el perfil de la pared. Hasta la aparición de aparatos más modernos, ya dotados con láser, durante mucho tiempo ese fue el método que se fue empleando prácticamente en la totalidad de los abrigos descubiertos. 
    Pero lo que a Vicente le ocasionaba más problemas era la realización de los calcos de las pinturas. La idea que él tenía era que debían ser lo más fieles posibles a la realidad, pero un sinfín de adversidades se unía en nuestra contra: hojas de plástico supuestamente transparentes y elegidas con esmero que no servían porque con el sol reflejaban, sujeción de las mismas a la pared con cintas adhesivas que no servían y que había que sustituir por el esparadrapo del botiquín, y rotuladores que se revelaban demasiado gruesos y cuyos trazos se borraban o el alcohol no los limpiaba del todo… 
    Poco a poco, con pruebas y ensayos, los calcos se fueron afinando y aprendimos qué hojas de plástico había que emplear, cómo sujetarlas a la pared y, sobre todo, un afinado trabajo de dibujo a veces en unas posturas imposibles (con unos rotuladores tamaño 0,1 y bastoncillos con que corregir los errores) para reproducir con esmero las representaciones pintadas. Esos calcos se trasladaban, ya en el Museo, a papel vegetal con la ayuda de fotos y diapositivas y con unos Rotring lo más finos posibles y las consiguientes e innumerables horas de puntillismo.
Figura 9. Pedro Ayuso y Manuel Bea. Labores de calco en el abrigo levantino de Muriecho. (Foto: Antonio Alagón)

   Estas hojas se conservan actualmente en el Museo de Huesca y constituyen, a pesar de los métodos modernos con escáner y otros aparatos digitales, un importante archivo de todos los abrigos pintados encontrados y estudiados por Vicente Baldellou y su equipo entre 1978 y 2012, a su jubilación. 
    Los primeros calcos realizados con método arcaico fueron los elaborados en los abrigos de Mallata a finales de 1981, con un importante equipo de personas; los de Quizans, en febrero de 1982, y finalmente Cueva Palomera, donde las pinturas desaparecen bajo una enorme capa de polvo calcificado. 
  En septiembre de 1982, con los calcos reducidos, enmarcados y con cristales, a pesar de su notable tamaño, envueltos en mantas y cargados en un Fiat Panda, Vicente y Albert emprendieron un largo viaje a Salamanca para presentar estos descubrimientos en el Coloquio Internacional sobre Arte Esquemático de la Península Ibérica. La exigencia de Vicente era tal que muchas veces tuvimos que repetir calcos como, por ejemplo, el del abrigo levantino de Muriecho, cuyos primeros levantamientos se iniciaron en 1982, un año después de su descubrimiento. Los trabajos de calco se repitieron varias veces hasta que quedó satisfecho, y se publicaron finalmente en el año 2000 en Bolskan.
Figura 10. En el Museo de Huesca. Últimas correcciones. (Foto: Manuel Alcaine)
    La labor divulgativa de los descubrimientos rupestres era también intensa por parte de Vicente. Numerosas conferencias, publicaciones y actas de congresos científicos dan testimonio de las investigaciones que se llevaban a cabo por él y su equipo del Museo de Huesca, compuesto por María José Calvo y Albert Painaud, a los cuales se uniría Pedro Ayuso en 1984. En noviembre de 1985 se celebró en Caspe el I Congreso Internacional de Arte Rupestre, donde se dio cita un importante elenco de estudiosos del arte rupestre europeo (Jean Clottes, de Francia; Jarp Nordbladth, de Suecia; Hans-Georg Bandi, de Suiza; Emmanuel Anati, de Italia; por supuesto, Antonio Beltrán, Francisco Jordá, Eduardo Ripoll y unos cuantos más). Vicente presentó en él las pinturas del río Vero. Ya eran treinta y cuatro los espacios y lugares descubiertos, y escribía:
    No se puede negar que el conjunto posee una notable entidad aumentada si cabe por la coexistencia física de los tres tipos de arte prehistórico tradicionalmente conocidos —paleolítico, naturalista y esquemático—, a los cuales puede ahora sumarse otro nuevo, recientemente identificado: un arte «lineal-geométrico», quizás asimilable al singularizado por Fortea en las regiones levantinas y cuya presencia, de momento, solo hemos podido señalar en el abrigo de Labarta. Esta asociación de estilos en un área tan reducida como la que nos ocupa no deja de ser un hecho anómalo, incluso excepcional, y viene a reafirmar la indubitable relevancia de este círculo pictórico altoaragonés. (Baldellou, 1986-1987).
    Las expediciones a la cuenca del río Vero no cesaban y recogían sus frutos. En 1985 se descubrieron las figuras pintadas de Mallata B, un covacho colgado a 250 metros por encima del río y cuyo acceso era un tanto arriesgado (decimos era porque hace tiempo la instalación de escaleras y pasamanos para la apertura al público ha facilitado notablemente el acceso). También se realizaron prospecciones con resultados positivos en lugares cuyos nombres, como Viñamala o Malforá, son tan evocadores como casi inaccesibles. 
    Pero los descubrimientos desbordaron también la zona del río Vero. En 1984 se descubrían las pinturas del Forau del Cocho, cerca del santuario de La Carrodilla, en Estadilla, que en un primer momento fueron estudiadas por Antonio Beltrán. Unos pocos años más tarde Mariano Badía encontró la Coveta del Engardaixo y Vicente, rápidamente avisado, realizó una visita al lugar para evaluar el descubrimiento. 
    En 1986 un indicador anónimo señalaba a Vicente las pinturas de Remosillo, cerca de Olvena, un importante descubrimiento con unas representaciones esquemáticas de carros y yuntas de bueyes, entre otras. Más al este, en el Noguera Ribagorzana, Joan Rovira llamó a Vicente para evaluar unos descubrimientos cerca del municipio de Baldellou. Los sucesivos hallazgos de las cuevas de Montderes, Santa Ana y Les Coves han originado un conjunto rupestre esquemático importante en la zona.
Figura 11. Realizando los calcos de las pinturas del abrigo de Solencio III. (Foto: Albert Painaud)
    El descubrimiento en 1991 de las pinturas esquemáticas de Cueva Pacencia, en Rodellar, llevó las investigaciones hacia el oeste, a los barrancos del río Mascún y otros cercanos. Las prospecciones y el posterior estudio de la zona se efectuaron en 1992 gracias a una beca del IEA. Más adelante, en 1995, José Antonio Cuchí y Enrique Salamero encontraron el abrigo de Palomarón, que visitó Vicente y cuyos resultados se publicaron recientemente en Bolskan (Painaud y Ayuso, 2019a). 
    En 1993 se descubrieron también por parte del equipo del Museo de Huesca, que realizaba excavaciones arqueológicas en la cueva de Chaves, unos esquematismos pintados sobre unos cantos rodados del conglomerado donde se localizan las covachas de Solencio. Estos abrigos se encontraron en el lado izquierdo del barranco, casi a la altura de Chaves. 
    Finalmente, ya más cerca de Huesca, el conjunto levantino y esquemático de La Raja L, en el término de Santa Eulalia la Mayor, descubierto por un miembro del GIE de Peña Guara, Esteban Anía, en 1996, conformaron casi el corpus rupestre del Alto Aragón, que, por suerte, en los últimos años ha ido creciendo con nuevos hallazgos. 
    Pero, a pesar de todo, Vicente centró mucho sus esfuerzos de investigación y de divulgación en la cuenca del río Vero, de la cual, como ya hemos señalado, decía ser un «enamorado». En el año 2001, en una conferencia en el Centro de la UNED de Barbastro, afirmaba lo siguiente:
    Cuando el Museo de Huesca decidió el inicio de las prospecciones en los cañones del río Vero, no podía imaginar que, años después, hablaríamos de uno de los conjuntos de arte rupestre más importantes. Es absolutamente excepcional que haya más de sesenta estaciones pintadas en un territorio geográfico tan limitado, donde coexisten los tres tipos de arte prehistórico que se conocen en la península Ibérica. Es como si se hubiera celebrado un encuentro de artistas venidos de diferentes lugares y se hubieran puesto a pintar como locos. (Baldellou, 2001).
Figura 12. Vicente Baldellou y Albert Painaud en el abrigo de Chimiachas en septiembre de 1983. (Foto: Colección Albert Painaud)

Y en 2009, en Arte rupestre en el río Vero, expresaba como siempre: 
    Sepa el lector convertido en viajero que, al hollar con sus pies los sobrecogedores paisajes de los cañones del río Vero, se estará adentrando en un mundo de evocaciones remotas, de ancestrales y primitivas raigambres. Por estos mismos lugares, unos cuantos miles de años atrás, pulularon unos seres humanos cuyas ideas o creaciones les llevaron a plasmar sobre las paredes de estas cuevas y de estos abrigos rocosos, un amplio abanico de manifestaciones pictóricas, las cuales, hoy por hoy, constituyen uno de los legados arqueológicos más importantes del mundo. (Baldellou et alii, 2009: 26) 
    Y es esta atracción, digamos amorosa en el sentido más amplio de la expresión, por el agreste y hermoso paisaje de la cuenca del río Vero y los numerosos hallazgos y publicaciones que de esos restos pictóricos llevó a cabo Vicente Baldellou, lo que conforma y define su extraordinario legado rupestre.

*Quiero aportar información sobre el apoyo por parte del Regimiento Valladolid 65 al transporte y colocación de verjas. En la foto y descolgando una verja con una polea con cuerdas estáticas, sin boina con la cabeza vuelta, vemos al entonces Sgto. Usón, el resto de los militares con boina eran soldados de reemplazo de la Compañía de Esquiadores Escaladores del citado Rgto. Las ultima verjas se transportaron y colocaron en el año 1990 en la zona de Remosillo (Olvena). (Fuente M. Ardanuy). 

sábado, 21 de enero de 2023

CORPUS DEL ARTE RUPESTRE DEL ALTO ARAGÓN. "Contexto arqueológico del arte rupestre"

Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.

CONTEXTO ARQUEOLÓGICO DEL ARTE RUPESTRE
Lourdes Montes Ramírez. (Profesora titular de la UNIZAR)

    Hablar de arte rupestre implica necesariamente hablar de arqueología prehistórica: la huella cultural de nuestros antepasados se rastrea en los impresionantes conjuntos parietales objeto de este volumen, pero también en los sitios que habitaron y en aquellos donde depositaron a sus muertos.
    Hablar de la prehistoria oscense es hablar de la prehistoria de la cuenca media del Ebro: cuando tratamos de tiempos prehistóricos, preferimos utilizar unidades geográficas naturales antes que una división histórica, administrativa o política. 
    Hablar del entorno arqueológico del arte rupestre oscense, por último, supone recorrer y sintetizar lo que sabemos sobre esos tiempos, pero asumiendo siempre la parcialidad de nuestro conocimiento y la provisionalidad de los datos que manejamos. 
    Aceptadas estas tres premisas, el discurso sobre el contexto prehistórico del arte rupestre en el Alto Aragón (fig. 1) es sencillo, especialmente en su arranque, vinculado a las gentes del Paleolítico Superior, a las que conocemos tradicionalmente como homo sapiens o cromañones, aunque hoy se prefiere la denominación humanos anatómicamente modernos. En los últimos años algunos autores abogan por una producción artística pionera ligada a los neandertales (Hoffmann et alii, 2018), pero una parte del método utilizado y varios de sus resultados están en entredicho (White et alii, 2020). Nos mantenemos, pues, en la vinculación del arte rupestre al Paleolítico superior y a tiempos pospaleolíticos, pero nuestra revisión de la arqueología prehistórica debe remontarse a épocas anteriores.
Figura 1. Principales yacimientos arqueológicos citados en el texto.
   Los primeros vestigios de ocupaciones humanas correspondientes al Paleolítico inferior son algunos elementos líticos hallados en superficie sobre antiguas terrazas del Alcanadre (Las Fitas, en Villanueva de Sijena) o del Cinca (sierra de San Quílez, en Binaced). Son piezas sin un contexto arqueológico claro pero cuya tecnotipología (bifaces, núcleos, cantos tallados mono - o bifacialmente) evidencia la presencia de gentes para las que se ha propuesto una cronología genérica mínima de unos 780.000 años en el caso de Las Fitas y de ca. 580.000 en el de San Quílez (Montes et alii, 2016a). 
    El Paleolítico medio, al que corresponde la cultura Musteriense, tiene una expresión más clara en nuestro entorno: el oriente de las tierras oscenses participa de lo que venimos considerando un territorio neandertal (Domingo y Montes, 2016), que se extiende entre el Cinca y el Segre y sus respectivos afluentes. En este conjunto de yacimientos destaca el importante registro estratigráfico de la Cueva de los Moros I de Gabasa, que fue ocupada durante el Pleistoceno medio y superior (Montes et alii, 2000; Utrilla et alii, 2010a) con hasta siete niveles musterienses diferenciados que permiten asomarnos a las formas de vida de los neandertales que la visitaron y ocuparon de forma discontinua pero recurrente (Montes y Utrilla, 2014). Los humanos alternaron sus estancias con los peligrosos carnívoros que la utilizaron como cubil: osos, hienas y leones de las cavernas, panteras, lobos…, que apresaron y consumieron sobre todo cabras (íbices), mientras que los cazadores neandertales abatieron sistemáticamente potrillos y cervatillos en los meses de verano, lo que evidencia unas prácticas de caza selectivas (Blasco, 1995 y 1997), y se convirtieron quizás en alguna ocasión en presa de los carnívoros según sugieren sus propios huesos (Lorenzo y Montes, 2001; Camarós et alii, 2017), de momento los únicos conocidos de esta especie en la cuenca ibérica. 
    La industria lítica se basa en cadenas operativas de tipo discoide; son las raederas y las lascas sin retocar los elementos más habituales, acompañados de núcleos para la obtención inmediata de filos frescos (lascas) y unas pocas pero excelentes puntas (Santamaría et alii, 2008). Parece que acopiaron sílex en los conglomerados vecinos para surtirse expeditivamente de los núcleos explotados que proporcionaron las lascas sin retocar con las que cortar las presas, y se sirvieron de un afloramiento al pie de la cavidad para aprovisionarse de grandes cantos de ofita y cuarcita, con los que elaboraron instrumentos contundentes para despedazar las piezas y acceder al nutritivo tuétano de los huesos largos (Utrilla et alii, 2015b). Algunas puntas y raederas, muy bien terminadas, debieron de ser aportadas ya retocadas desde otras zonas: realizadas en excelente sílex del tipo Monegros, indican el tránsito (si no la procedencia) de estos grupos por las tierras bajas, donde hoy somos incapaces de encontrar sus campamentos, desaparecidos por la erosión y los laboreos agrícolas o bien sepultados bajo potentes sedimentos holocenos. 
    Pero Gabasa no es el único hábitat de este grupo que conocemos: en sus inmediaciones se localiza Castelló del Pla, un yacimiento al aire libre no estratificado (Mir y Rovira, 1987) que debió de aprovechar la presencia de una laguna para acceder al agua, explotar la vegetación de ribera y cazar animales que acudirían a beber. Presumimos también la existencia de buenos depósitos en la Cueva de las Campanas, situada sobre el Ésera, en el congosto de Olvena (Montes et alii, 2003), y quizás en la Gravera Reil, en La Litera (Montes et alii, 2016a), ambos todavía sin excavar. Se han conservado y excavado estratigrafías musterienses en la cueva de la Fuente del Trucho, en el Vero (Mir y Salas, 2000; Montes et alii, 2006; Utrilla et alii, 2016a); en la desaparecida cavidad de las fuentes de San Cristóbal, junto al Isábena (Menéndez et alii, 2009), y en la cueva del Estret de Tragó, situada en Lérida pero sobre la orilla derecha del Noguera Ribagorzana y en la actualidad sumergida bajo las aguas del embalse de Santa Ana (Martínez-Moreno et alii, 2004). En los últimos años hemos acometido la excavación del interesante sitio de Roca San Miguel, en Arén (fig. 2), un campamento al aire libre en el que se abatieron sobre todo ciervos, caballos y grandes bóvidos, cuya carne quizás fue procesada y ahumada en las imponentes hogueras que se encendieron sucesivamente en este sitio (Domingo y Montes, 2016; Sola et alii, 2016). La red de yacimientos neandertales continúa en las inmediatas tierras leridanas, flanqueando los cauces del Segre (Roca dels Bous) y del Noguera Pallaresa (Covas dels Muricecs y Llenes, campamento de Nerets) o entre este y el del Noguera Ribagorzana (Cova Gran de Santa Linya, Abric Pizarro), y ofreciendo un panorama singular de sitios musterienses (Martínez-Moreno et alii, 2010; Torre et alii, 2013).
Figura 2. Materiales procedentes de yacimientos del Paleolítico medio. Arriba, hendedor de la Gravera Reil y gran canto trabajado de Gabasa. Abajo, raederas en sílex y cuarcita de Roca San Miguel. (Dibujos: M.ª Cruz Sopena).
    En este entorno de los cursos del Cinca y del Segre, y sus afluentes, en los relieves prepirenaicos se desarrolla un paisaje dominado por abruptos cantiles calizos en los que la karstificación ha generado numerosos refugios rocosos que facilitan la conservación hasta nuestros días (y la localización) de los asentamientos prehistóricos. Es lo que hemos llamado el territorio neandertal: un paisaje de media montaña, de clima interior pero con influencias mediterráneas, que da acceso de forma rápida a zonas de montaña (hacia el norte) y de llano (hacia el sur) y a sus variados recursos siguiendo los cauces de los ríos y también mediante corredores interiores que unen transversalmente estas cuencas. Las dataciones disponibles para estos sitios se escalonan entre hace unos 140.000 y 40.000 años aproximadamente, lo que corresponde al final del Pleistoceno medio (MIS6) y a parte del Pleistoceno superior (hasta el MIS3). 
    La cultura musteriense y sus artífices, los neandertales, dieron paso hace unos 40.000 años al Homo sapiens, autor de los diferentes complejos industriales que caracterizan y se suceden en el Paleolítico superior y de los primeros registros de arte rupestre (Utrilla et alii, 2010b). En nuestro entorno no tenemos evidencias claras de su primera fase cultural, el llamado Auriñaciense: solo algunas piezas procedentes del revuelto depósito interior de la cueva de la Fuente del Trucho evocan la tipología de este periodo: raspadores carenados y de hocico y láminas estranguladas. Algo bien distinto sucede con la cultura inmediatamente posterior, la conocida como Gravetiense: en la misma cavidad algunas de sus pinturas se han datado en esta cronología (Utrilla et alii, 2016a, y Utrilla y Bea y Calvo en este mismo libro), mientras que una de las capas de su depósito arqueológico, el nivel d, encaja en el ámbito gravetiense por sus materiales (raspadores sobre láminas retocadas y láminas de dorso) y su cronología, cerca 30.000 años. Las dataciones uranio-torio de las costras que cubren algunas series de puntos permiten llevarlas hasta la transición Auriñaciense-Gravetiense, en tanto que las superpuestas a las manos rojas, los signos trilobulados y el caballo de morro alargado entregan fechas plenamente gravetienses (Utrilla et alii, 2016a). 
    También se rastrea en la Fuente del Trucho la etapa posterior, el Solutrense: materialmente a través de algunas piezas de retoque plano y puntas de escotadura abrupta (fig. 3) aparecidas entre los materiales revueltos, y estilísticamente, en algunas de las figuras no datadas de su conjunto rupestre. Los caballos con melenas listadas y una cabrita casarían con un Solutrense medio, mientras que los masivos cuartos traseros de otro caballo y de un ciervo con despiece ventral en M sugieren ya un Solutrense final-Magdaleniense inicial. Pero donde el Solutrense está perfectamente documentado, no solo por la tipología de los materiales, sino también por la datación de la capa arqueológica que los encierra, es en el nivel c1 (cata 84C) de la cueva de Chaves, que sitúa hace unos 21.000 años el magnífico conjunto de puntas de escotadura abrupta de tipo mediterráneo a las que acompañan los preceptivos raspadores y buriles (Utrilla et alii, 2010b).
Figura 3. Puntas de escotadura de las cuevas de Chaves (izda.) y Fuente del Trucho (dcha.)
    En el Magdaleniense, la última de las culturas del Paleolítico superior (considerada incluso como la primera civilización de la humanidad), asistimos a un incremento continuado de yacimientos en la cuenca del Ebro, con el que se inicia la ocupación sistemática de estas tierras interiores (Utrilla et alii, 2010b y 2012b): la distribución espacial de los sitios se extiende por toda la cuenca, su número se incrementa a lo largo de las fases magdalenienses y algunos yacimientos muestran una clara persistencia en su ocupación, con niveles de prácticamente todas estas fases. 
    En el ámbito aragonés de los Pirineos, solo dos asentamientos corresponden al Magdaleniense inferior de tipo cantábrico: Cova Alonsé, en Estadilla (con una ocupación de hace unos 18.000 años), y Forcas I, en Graus (cuyo nivel 15 se ha datado en torno a los 17.500 años). Estos dos sitios parecen tener relación con una vía de comunicación transpirenaica que conectaría ambas vertientes de la cordillera siguiendo los cauces del Segre y el Têt y que estaría jalonada también por los yacimientos catalanes de Parco (Artesa de Segre) y Montlleó (Cerdaña), con similares dataciones. Posiblemente este camino ya se había utilizado en épocas anteriores: las puntas de escotadura del Solutrense de Chaves que hemos comentado se acomodan al modelo “salpetriense” propio del Ródano y el sudeste francés, y es de suponer que la Cerdaña, libre de hielo incluso durante los rigores climáticos de esa época, permitió el tránsito entre ambas zonas (Utrilla y Mazo, 1996). Pero, más allá de su posible vinculación con este paso, Alonsé y Forcas I son dos establecimientos muy diferentes en su funcionalidad y desarrollo en el tiempo: Alonsé parece haber sido ocupado solo en la fase antigua del Magdaleniense para explotar el sílex del inmediato afloramiento de La Mentirosa (Montes y Domingo, coords., 2013); por el contrario, Forcas I presenta una recurrencia en sus ocupaciones, que comienzan en el nivel 17, poco antes de la fecha mencionada, y persisten hasta bien entrado el Holoceno (Utrilla y Mazo, dirs., 2014). 
    La consolidación definitiva del hábitat humano se afianza en el Magdaleniense superior-final y las primeras etapas del Epipaleolítico (Aziliense y Microlaminar). A los últimos magdalenienses se adscriben los niveles 14 a 11 de Forcas I, datados entre hace unos 15 y 14.000 años, y al Aziliense y/o Epipaleolítico microlaminar las ocupaciones de sus niveles 10 (de hace unos 13.000 años), 9 (ca. 11.000 años) y 7 (ca. 10.500), las dos últimas ya holocenas (Utrilla y Mazo, dirs., 2014). De nuevo algunas puntas y dorsos singulares sin contexto estratigráfico de la Fuente del Trucho (Utrilla et alii, 2016a) y, por supuesto, los bien conservados niveles 2b y 2a de la cueva de Chaves y sus magníficos materiales líticos y óseos, datados entre hace unos 15.500 y 14.500 años, remiten a este momento finipaleolítico (Utrilla y Laborda, 2018). 
    Pero, además de estos sitios que venimos citando reiteradamente, en este momento aparecen nuevos yacimientos en el entorno inmediato. Es el caso del alto cauce del Arba de Biel: comienza aquí y ahora un proceso de ocupaciones de cinco abrigos rocosos que durará casi diez milenios (Montes et alii, 2016b) y que arranca en Legunova, con una serie de sucesivas visitas entre hace 15.000 y 13.000 años aproximadamente, consideradas como Magdaleniense superior-final. El carácter limoso del sedimento de este nivel q de Legunova ha impedido individualizar capas en su interior, a diferencia de lo observado en Forcas I (sus niveles 14 a 11, que acabamos de exponer, vienen a coincidir en cronología), pero ha permitido particularizar un nivel exclusivamente Aziliense (nivel m, de hace unos 12.600 años). Algo más tardía (≈ 11.700 años, coincidiendo con el inicio del Holoceno) es la ocupación sauveterriense del nivel d del abrigo de Peña-14, situado unos 3 kilómetros aguas arriba de Legunova. Comparten con Forcas I los sitios del Arba no solo las fechas, sino también el tipo de materiales: una industria lítica dominada por buriles y raspadores (con el tiempo se invierte el orden interno), junto con importantes lotes de puntitas y laminitas de dorsos (su modulación y sus dimensiones también varían según las etapas). Se asiste a la par a una progresiva pérdida de instrumentos óseos (punzones, azagayas), cuya escasez y cuya deficiente conservación en los niveles magdalenienses de Forcas I y Legunova contrastan con el número y estado de conservación de las piezas óseas coetáneas de Chaves (fig. 4).
Figura 4. Industria ósea del Magdaleniense de Chaves. (Modificada a partir de Utrilla y Laborda, 2018, fig. 10)
    Esta diferencia, que afecta también a los registros de fauna, puede deberse a causas variadas: desde la diferente funcionalidad de los sitios (campamentos estables versus acampadas temporales) hasta una conservación diferencial en función de la naturaleza del depósito (pH, microorganismos…) y de su resguardo. Los depósitos de los abrigos están menos protegidos que el sedimento de una cueva, y por ello son más inestables y proclives a sufrir los impactos ambientales externos: erosiones, inundaciones, alternancias marcadas de sus niveles de humedad y temperatura…
    Otros puntos confirman el crecimiento poblacional y su estabilización en toda la cuenca del Ebro. Acotando solo los vecinos a la actual delimitación provincial, en la zona oriental encontramos la ya mencionada Cova de Parco, que como Forcas se mantiene ocupada durante todo el Magdaleniense y alcanza el Holoceno, así como Balma Guilanyà y la Cova Gran de Santa Linya (por no citar más que sitios ligados al Segre y sus afluentes), mientras que en Navarra podemos citar Zatoya y Burutxukua en la cuenca del Aragón y Alaiz y Abauntz (con sus magníficos bloques grabados) en la del Arga (Utrilla et alii, 2009, 2010b y 2012b). Estos sitios registran importantes ocupaciones magdalenienses durante el Dryas antiguo, y/o persisten habitados desde el Allerød hasta las primeras fases del Holoceno, cuando tras el rigor climático del Dryas reciente se instalan las nuevas condiciones climáticas interglaciales, hace unos 11.700 años. 
    En la perspectiva de nuestra investigación, este Magdaleniense final y sus epílogos, que vienen a coincidir con la instalación de la benignidad climática holocena (anunciada por la mejoría del Allerød entre los últimos coletazos fríos de los Dryas), marcan el principio del fin de los modos económicos exclusivamente predadores de las sociedades de cazadores-recolectores. Se trata, en realidad, de un continuo cultural que nuestros estudios han segmentado en culturas con nombres diferentes, caracterizadas por algunos cambios en el instrumental y que posiblemente solo están reflejando el acomodo a las nuevas (y favorables) condiciones climáticas, con variaciones de índole regional. Hablamos de magdalenienses, de epipaleolíticos microlaminares, de epimagdalenienses, de azilienses, de sauveterrienses, de mesolíticos con denticulados, de mesolíticos con geométricos… Algunas de estas denominaciones mantienen su validez en todo el ámbito ibérico, pero otras se emplean de forma diferenciada y parecen reflejar tanto tradiciones de investigación como pequeñas diferencias en la composición y el tamaño de los materiales arqueológicos (fig. 5), fundamentalmente de los proyectiles: sucede, en especial, con los conjuntos inmediatamente posteriores al Magdaleniense (Aziliense, Epipaleolítico microlaminar, Epimagdaleniense y, algo posterior, el Sauveterriense), lo que viene destacándose en las publicaciones (Soto et alii, 2015 y 2016). 
    Los llamemos como los llamemos, estos grupos epipaleolíticos y sus sucesores, los mesolíticos de muescas y denticulados y los mesolíticos geométricos, comparten unos modos de vida genéricos que podemos sintetizar en tres puntos: 1) poseen una dieta mixta propia de cazadores-recolectores de amplio espectro, que cazan presas diversas (cérvidos-uros-jabalíes o conejos-cabras) según las zonas y recolectan distintos frutos y vegetales (y practican algo de pesca en algunos sitios); 2) se van imponiendo las materias primas líticas locales, lo que indica una menor movilidad en el territorio pero no el cese de los contactos, a tenor de la rapidez en la difusión de las innovaciones técnicas, que solo se explica por; 3) la distribución en red de los yacimientos, que a su vez potencia la explotación de los recursos y un proceso de sedentarización gradual (Soto et alii, 2016).
Figura 5. Evolución teórica de la secuencia Magdaleniense final – Calcolítico del Alto Aragón, a partir de los registros de los yacimientos del Arba de Biel. (Montes y Domingo, 2016).
    En nuestro territorio esto se manifiesta en las secuencias arqueológicas continuadas de los sitios, cuya ocupación constante y reiterada a lo largo de estas fases cabe interpretar como resultado de unos modos de vida mantenidos en el tiempo: es el caso del mencionado abrigo de Forcas I, que al colmatarse tras la ocupación aziliense de su nivel 7 obliga a sus visitantes a ubicarse en el inmediato Forcas II (nivel Ib, Mesolítico de muescas y denticulados de hace unos 9600 años, y niveles II y IV, cuyo Mesolítico geométrico se extiende entre hace unos 8100 y 7700 años). Pero sucede lo mismo en la zona del Arba de Biel, donde las ocupaciones se reparten entre una serie de abrigos que apenas distan 3 kilómetros como máximo: tras el Aziliense de Legunova y el Sauveterriense de Peña-14 que antes hemos mencionado, en ambos sitios se produce un hiato y posteriormente se registran ocupaciones del Mesolítico de muescas y denticulados durante un milenio largo (desde los ≈ 9700 años del nivel 2 de Legunova hasta los 8500 del nivel b de Peña-14). Algo después los mesolíticos geométricos se instalan en Peña-14 (nivel a), en Rambla de Legunova (nivel 2) y en Valcervera (nivel b), escalonando las visitas entre hace unos 8400 y 7600 años.
    En la zona intermedia registramos una secuencia parecida en el magnífico abrigo del Esplugón, junto al río Guarga, donde tras una fase mesolítica (IV, niveles 6 y 5) poco definida, que casaría mejor en lo material con un Sauveterriense pero cuyas fechas son más propias del Mesolítico de denticulados, se establecen los mesolíticos geométricos de la fase III (niveles 4 y 3 inferior), entre hace unos 8500 y 7800 años (Utrilla et alii, 2016b). Algo más al sur, en plena hoya de Huesca, el abrigo de Espantalobos recoge una sencilla secuencia con solo dos momentos de ocupación reconocidos: el más antiguo, datado entre hace 8700 y 8400 años parece recorrer y recoger, según sus materiales, una fase de transformación desde los modos tecnotipológicos del Mesolítico de muescas y denticulados hacia los propios del geométrico; el más reciente, fechado hace 8200 años, coincide con la mayor crisis climática del Holoceno y corresponde plenamente por sus materiales al Mesolítico geométrico (Montes et alii, 2015). Quizás lo más interesante de este sitio, ubicado al pie del castillo de Montearagón, sea la confirmación de que las zonas bajas estuvieron tan ocupadas en tiempos prehistóricos como los rebordes montañosos, pero que estos, ricos en cavidades y refugios rocosos, han conservado mejor la impronta de nuestros antepasados. Y también cabe destacar su ocupación durante una de las fases más áridas del Holoceno, el llamado evento 8.2, lo que muestra la capacidad de adaptación de las sociedades prehistóricas a condiciones ambientales adversas (Alcolea et alii, 2017).
    Esta economía exclusivamente ligada a la caza-recolección, que con propiedad debiéramos llamar a la inversa, anteponiendo la recolección a la caza como base del sustento, contempla hace unos 7600 años la llegada de una serie de innovaciones económicas, técnicas y sociales que en conjunto reciben el nombre de Neolítico y que acabarán por imponerse como modelo socioeconómico con el paso de los años, en un proceso gradual y necesariamente polimorfo (Montes y Alday, 2012; Utrilla y Domingo, 2014). La incorporación de la agricultura, basada inicialmente en el cultivo de trigo, cebada y algunas leguminosas, y de la ganadería de ovejas y cabras, junto con vacas y cerdos, son las novedades económicas. Las principales innovaciones técnicas son la aparición y la generalización de los recipientes cerámicos, demasiado pesados y frágiles para ser acarreados de un sitio a otro pero indudablemente ventajosos para la cocción de los cereales, junto con la elaboración de hachas para el desbroce y de azuelas para la remoción del terreno que necesita el cultivo. En cuanto a las novedades de carácter social, tradicionalmente se alude a la aparición de los poblados, ligados a una sedentarización definitiva de la población, así como a una mayor complejidad colectiva derivada del crecimiento demográfico que supuso la nueva economía. Con estos mecanismos crecientes de interrelación social se ha relacionado tradicionalmente el desarrollo del arte rupestre pospaleolítico (véanse los capítulos específicos de este volumen), en consonancia con la aparición de nuevas formas rituales y de pensamiento. 
    El proceso de neolitización de Iberia se interpreta de formas diversas, si bien hay acuerdo en la procedencia oriental de los estímulos e incluso de las primeras especies domesticadas, vegetales y animales: no hay antecedentes silvestres (agriotipos) de trigo y cebada entre las gramíneas europeas (Zapata et alii, 2004), como tampoco de las ovejas y las cabras, pues las primeras derivan del muflón (ausente en los registros pleistocenos y del Holoceno antiguo) y las segundas no guardan relación con la Capra pyrenaica, sino con una especie de la zona de los Zagros. Cerdos y vacas pueden derivar de jabalíes y uros locales, pero los análisis genéticos de los recuperados en el Neolítico antiguo vinculan algunos individuos a especies orientales (Saña, 2013). 
    En los últimos años, también los análisis de ADN humano sobre restos prehistóricos peninsulares indican un pool genético durante el Neolítico, que incorpora nuevas poblaciones que bien pudieran haber aportado algunas innovaciones neolíticas, pero también la persistencia de líneas ancestrales de ADN, que confirman la contribución de las anteriores poblaciones mesolíticas (Lalueza, 2018; Villalba-Mouco et alii, 2019). 
    El registro altoaragonés del Neolítico antiguo parece responder a esta premisa: se mantienen activos muchos de los yacimientos anteriores, en los que la aparición de las primeras cerámicas y piezas líticas pulimentadas, del retoque en doble bisel en las armaduras geométricas, y/o de algunos restos de ovejas y cabras domésticas se superponen (estratigráficamente hablando) a las ocupaciones del Mesolítico geométrico (MG) directamente, lo que permite suponer que parte de las actividades económicas anteriores se mantienen, y que el conocimiento del territorio se trasmitió desde los grupos anteriores a la llegada de las innovaciones. Es el caso de Forcas II, cuyos niveles V (datado hace unos 7600 años) y VI, con cerámicas, se superponen sin solución de continuidad al nivel IV (MG); del Esplugón, donde el nivel 3 superior, neolítico de hace unos 7300 años, yace directamente encima del 3 inferior (MG), o de Rambla de Legunova, cuyo nivel 1n (≈ 7200 años) y sus cerámicas cardiales reposan encima del nivel 2 (MG). 
    Pero, a la vez, aparece un nuevo tipo de yacimiento que responde a una nueva necesidad: se ocupan grandes cavidades, a modo de redil, en las que los grupos humanos buscaron un refugio también para su ganado, frente a predadores como lobos y osos, que difícilmente podían ofrecer los reducidos abrigos rocosos que acabamos de mencionar. A esta situación y a esta tipología pueden responder las tempranas ocupaciones de entre hace unos 7200 y 7000 años de Huerto Raso, Moro de Olvena, Gabasa 2, Colomera, Espluga de la Puyascada, La Miranda, Els Trocs y Coro Trasito. La mayoría de estos registros del Neolítico antiguo están datados directamente (con la excepción de La Miranda y Gabasa 2), pero todos presentan importantes lotes de cerámicas impresas (fig. 6) propias de esta fase (Alday et alii, 2012; Montes y Alday, 2012; Utrilla y Domingo, 2014; Laborda, 2018). 
    Caso aparte es Chaves, yacimiento singular donde los hubiera y que ha sufrido el peor de los destinos imaginables: la completa destrucción de su registro neolítico. Por su morfología y sus dimensiones podríamos pensar en una cueva-redil, pero la realidad de su contenido arqueológico permite compararla plenamente con un verdadero poblado resguardado dentro de la cavidad (Alday et alii, 2012), que fue ocupado de forma continuada durante unos quinientos años entre hace 7600 y 7100 años (Utrilla y Laborda, 2018), con gran riqueza de materiales cerámicos, líticos y óseos (Baldellou, 2011), un importante lote de cantos pintados que ha servido de referencia para el arte rupestre esquemático (Utrilla y Baldellou, 2001-2002) y numerosos restos de fauna que, según el estudio preliminar de Castaños (2004), muestra el predominio de las especies domésticas (el 63 %). 
    La idea de Chaves como un poblado dentro de una cueva, buscando un techo comunal, nos lleva de lleno a la imagen de los poblados al aire libre que tradicionalmente se han relacionado con la instalación de la economía neolítica y la sedentarización de la población. Son emplazamientos que dejaron una débil huella arqueológica (por sus sistemas constructivos frágiles, con cabañas de planta circular y silos excavados en el suelo), afectados por la erosión natural, por la acumulación de sedimentos que los enmascara y por roturaciones posteriores. Caben en este modelo los materiales recuperados en el Torrollón de Gabarda, y quizás en Fornillos, cuyas cabañas pudieron adosarse al resalte rocoso buscando resguardo (Laborda, 2018), a partir de la decoración de sus cerámicas típicas del Neolítico antiguo, mientras que la fecha del depósito ceniciento (¿resto de un poblado?) de Samitiel (Ayerbe) es algo más reciente, de hace unos 6000 años, que es cuando este tipo de asentamiento se consolida a la par que progresa el abandono paulatino y desigual de los refugios rocosos (cuevas y abrigos). En resumen, las fases neolíticas antiguas muestran una continuidad en el sistema de ocupación del territorio con respecto a los últimos cazadores que se va perdiendo según avanza el Neolítico, produciéndose en el Calcolítico un cambio definitivo en las pautas que rigen la instalación de los hábitats, que hemos de suponer en su mayoría poblados al aire libre, cada vez más estables y con estructuras más sólidas (Montes y Alday, 2012). Y pese a ello sabemos muy poco de estos lugares (por las razones que hemos comentado) y el registro arqueológico nos trasmite sobre todo datos de carácter funerario, al generalizarse las sepulturas en cueva y aparecer las estructuras megalíticas, mientras que los niveles de ocupación enmudecen para nosotros (Alday et alii, 2018). Este silencio del registro habitacional se prolonga durante el Calcolítico, cuando paradójicamente aparece la cerámica campaniforme, uno de los materiales arqueológicos más extendidos y conocidos, y en parte durante el inicio de la Edad del Bronce.
Figura 6. Materiales neolíticos del Alto Aragón. Cerámicas de Chaves (A), Huerto Raso (B), Gabasa 2 (C), Olvena (D), Torrollón (E) y Espluga de la Puyascada (F). Abajo, cuchara, brazalete y punzones en hueso de Chaves (1), brazalete de mármol de Torrollón (2), espátula y cuchara de hueso de la Espluga de la Puyascada (3). (Modificada a partir de Alday et alii, 2012, fig. 4)
    Muchas de las cavidades que hemos citado como neolíticas siguen en uso en estas cronologías, pero, como hemos dicho, los poblados al aire libre (como el Portillo de Piracés), habitualmente desmantelados y rastreables solo por la presencia en superficie de importantes lotes de cerámica (entre ellos, algunas de tipo campaniforme) y determinadas piezas líticas (foliáceos y dientes de hoz) (fig. 7), debieron de ser el tipo más frecuente de asentamiento (Montes y Domingo, 2014a y b). El proceso mixto que hemos comentado, de incisión, erosión y colmatación de los fondos de valle entre hace 7000 y 3500 años (Peña Monné, 2018), impide localizar las pequeñas aldeas que todavía en esos momentos se levantarían en las zonas llanas, en la proximidad de los campos de cultivo. 
    Con el paso del tiempo, a partir del Calcolítico los poblados van ganando altura y remontan las laderas, al instalarse una progresiva inestabilidad ligada a una creciente estratificación social y parece que también a la irrupción ¿violenta? de nuevos grupos humanos procedentes quizás del sudeste francés (Andrés y Barandiarán, 2004). Este ambiente explicaría la aparición de fosas con enterramientos colectivos sincrónicos en todo el valle del Ebro, entre las que podemos destacar por su proximidad las de la cartuja de las Fuentes (Sariñena) y la de la sierra de Alcubierre, además de La Varillaza (Zuera), datada hace unos 5000 años (Montes et alii, 2016c). 
    La consolidación del modelo de aldeas estables con sus prácticas funerarias colectivas (en cuevas o en megalitos) parece reflejar la nueva organización socioeconómica, de comunidades cada vez más numerosas necesarias para las prácticas agropastoriles, cuyo desarrollo demográfico es favorecido por el incremento de recursos que estas generan, en una relación causa-efecto circular. Con este nuevo contexto de economía productiva se relaciona grosso modo el desarrollo del arte rupestre pospaleolítico y sus dos variantes principales, el Levantino y el Esquemático, cuya cronología precisa y cuyo orden de prelación siguen siendo objeto de debate en la actualidad (véanse, respectivamente, los capítulos sobre arte Levantino y arte Esquemático de este libro).
Figura 7. Materiales calcolíticos de yacimientos de superficie del Alto Aragón. Cerámicas de tradición campaniforme del Portillo de Piracés (A), Tramaced (B) y Las Almunias (E). Puntas foliáceas de Puiyéqueda (C) y dientes de hoz de las Canteras de Quicena (D). (Modificado a partir de Montes y Domingo, 2014b)
    Sanchidrián (2001) sintetiza en su manual (cap. 4: Arte de las sociedades productoras) los principales argumentos y enfoques teóricos del siglo XX sobre estas manifestaciones, incluyendo además de las modalidades mencionadas otras más restringidas en lo geográfico e incluso plenamente epipaleolíticas (Aziliense, Lineal-geométrico, Macroesquemático y Megalítico). Para la mayoría de los investigadores, Levantino y Esquemático serían consecutivos en el tiempo, en el orden expuesto y siempre desde el Neolítico, si bien para algunos las escenas de caza y las figuras animales naturalistas levantinas podrían retrotraerse hasta fechas epipaleolíticas o mesolíticas. Por el contrario, para otros estudiosos podrían ser contemporáneas y manifestarían la necesidad de plasmar el dilema que pudo surgir entre aquellos que añoraban o eran partidarios de los viejos modos productivos de la caza-recolección (arte Levantino) y los defensores de una novedosa espiritualidad (arte Esquemático) ligada a las nuevas formas económicas y sociales (Llavori de Micheo, 1998-1999; Utrilla, 2013). 
    Hemos reflejado esta imprecisión en dos análisis arqueológicos, que hemos pretendido en cierto modo holísticos, sobre la prehistoria reciente de unos territorios concretos: uno sobre una pequeña franja de terreno conocida como Tierra Bucho, recorrida por el tramo superior del río Vero (Montes et alii, 2016c), y otro, espacialmente más ambicioso, que pretende cubrir el tramo central del Pirineo (Montes et alii, 2016d). En ambos casos hemos intentado relacionar la existencia de yacimientos neolíticos y calcolíticos, de habitación y funerarios, con la presencia de abrigos pintados pospaleolíticos y su vinculación a los antiguos caminos, que consideramos fosilizados por las actuales cabañeras. 
    El centrado en Tierra Bucho pivota sobre nuestras investigaciones en Cueva Drólica (Montes y Martínez Bea, 2006 y 2007), incidiendo en la concentración de sitios, materiales y dataciones del Neolítico final / Calcolítico en este territorio de apenas 50 kilómetros cuadrados: dos cuevas de habitación (Drólica y de la Carrasca), una funeraria (Cristales), tres dólmenes (Capilleta, Caseta de las Balanzas y Pueyoril) y tres abrigos con arte rupestre esquemático (Malifeto y Peña Miel I y II). En el modelo explicativo tentado, que interrelaciona todos los sitios, los trazos pintados de Malifeto y Peña Miel podrían haber jugado, entre otros, el papel de marcadores de una ruta transversal (este-oeste) de comunicación entre vías de dirección norte-sur, hoy ramales de las cabañeras Broto – Mequinenza y Boltaña – Mequinenza, que discurren a uno y otro lado del río (Montes et alii, 2016c: 357-358). 
    El conjunto de Tierra Bucho se diluye en la visión más amplia del segundo estudio, que pretende reconocer los orígenes de la estructuración del paisaje de montaña que hoy conocemos en el Pirineo central y el papel de la actual red de cabañeras, advirtiendo del peligro de utilizar este recurso acríticamente (Montes et alii, 2016d). El ensayo conjuga la disposición territorial de algunos lugares de habitación en montaña (del Neolítico antiguo hasta los inicios de la Edad del Bronce), de los megalitos (dólmenes, pero también los cromlechs de cronología posterior) y del arte rupestre esquemático (como marcador del acceso a tramos fluviales encajados), intentando demostrar su participación en la creación de este paisaje. Más recientemente, la prospección detallada de zonas de pasto en altura como el barranco de la Pardina (entre 1700 y 2000 metros) en el puerto bajo de Góriz, dentro del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido (Laborda et alii, 2017), ha permitido detallar una primera fase de explotación de los pastos de esta zona entre el Neolítico final y el Bronce antiguo en los abrigos de Mallata Valle Pardina (1725 metros) y Faja Pardina 5 (1820 metros). Materiales cerámicos y dataciones absolutas muestran el aprovechamiento de pastos a estas cotas que rebasan en prácticamente 300 metros la situación de Coro Trasito (1548 metros), cuya ocupación había comenzado en el Neo - lítico antiguo y persistía en las fases que estamos comentando (Clemente et alii, 2016). Llama la atención en estas zonas altas la aparición de pinturas levantinas en O Lomar de Fanlo (ca. 1700 metros) (Ruiz et alii, 2016; Rey et alii, 2019) y las presentadas en las IV Jornadas de Arqueología de Sobrarbe (marzo de 2019), esquemáticas, localizadas en el acceso a Monte Perdido, a unos 2200 metros de altitud. 
    Al final, neolíticos, calcolíticos o de la Edad del Bronce, los conjuntos rupestres pospaleolíticos levantinos y esquemáticos (previos a las grafías ibéricas) parecen estar en el origen del paisaje cultural que caracteriza la montaña mediterránea, en cuyas cavidades aparecen estas manifestaciones parietales. Sus autores, los que vivían en poblados y en cavidades, los que se enterraban en megalitos, cuevas y fosas, los que comenzaron y consolidaron las primeras prácticas agropecuarias, los que pasaron de sociedades comunales a las jefaturas y primeras formas de estratificación social… participaron en la formación inicial de este paisaje cultural, que responde como tal a siglos y milenios de intervención humana en el medio natural (García-Ruiz y Lasanta, 2018). Por lo que hoy sabemos (siempre, y todavía, poco), es posible retrotraer la intervención humana hasta fechas prehistóricas a tenor de pinturas y yacimientos arqueológicos, y, si bien en las zonas de alta montaña pudieron no dejar una huella indeleble (González-Sampériz et alii, 2019), desde luego en el llano y en la media montaña el entorno natural nunca volvió a ser el mismo. A partir de esa época fue paisaje y, como tal, un paisaje cultural, en el que la creciente intervención humana modificó la distribución original de la flora y la fauna silvestre locales e introdujo nuevas especies domésticas.


RUTA AL ABRIGO DEL FORAU DEL COCHO

  Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.).  Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021. ITINERARIOS A CONJUNTOS RU...