Manuel Bea Martínez y Paloma Lanau Hernáez (coords.). Editado por IEA / Diputación Provincial de Huesca, 2021.
EL LEGADO RUPESTRE DE VICENTE BALDELLOU
Albert Painaud Guillaume y Pedro Ayuso Vivar
En 1981, en un artículo publicado en los Cuadernos de Prehistoria y Arqueología
Castellonenses que llevaba por título «El descubrimiento de los abrigos pintados de
Villacantal, en Asque (Colungo-Huesca)», escribía Vicente Baldellou:
La relación entre el Museo de Huesca y la Sierra de Guara a nivel de investigación
arqueológica ha sido notablemente insistente desde el año 1975. El estudio de varios
yacimientos importantes hizo que se valorase la comarca y que se pusiesen de manifiesto sus posibilidades reales, muy poco explotadas todavía. En la misma línea, el conocimiento de la existencia de las pinturas esquemáticas de Lecina y la especial
configuración de la Sierra —con innumerables covachas en sus farallones calizos—
me llevó a pensar que podrían existir otras manifestaciones artísticas y que sería interesante organizar algunas expediciones de búsqueda para intentar descubrirlas.
Siguiendo esta idea, un equipo del Museo de Huesca escogió —completamente al azar— la ya citada barrancada lateral de Villacantal y se propuso su recorrido integral a fin de explorar todas las cavidades que contenía.
La primera fase prospectora se realizó en junio de 1978; los resultados fueron enormemente positivos y hasta sorprendentes, pues, junto a dos abrigos con pinturas esquemáticas, apareció un tercero con representaciones levantinas, tipo este de arte que no esperábamos encontrar en el territorio.
Para cubrir la totalidad del barranco se montó otra batida en septiembre del mismo año y de nuevo saltó la sorpresa al localizarse, en un abrigo de mayores dimensiones que los anteriores y mucho más profundo, representaciones pintadas de época paleolítica.
En total se visitaron 56 covachos, viéndose los trabajos muy dificultados por la gran proliferación de la vegetación arbustiva, que en ocasiones se convertía en una auténtica barrera impenetrable. La incómoda andadura por los abandonados parajes imprimió un ritmo muy lento a las labores de prospección.
En noviembre de 1979, una tercera expedición por la misma zona del río Vero dio como fruto el descubrimiento de un quinto abrigo con pinturas, aquellas de índole levantina y esquemática. (Baldellou, 1981: 34).
Siguiendo esta idea, un equipo del Museo de Huesca escogió —completamente al azar— la ya citada barrancada lateral de Villacantal y se propuso su recorrido integral a fin de explorar todas las cavidades que contenía.
La primera fase prospectora se realizó en junio de 1978; los resultados fueron enormemente positivos y hasta sorprendentes, pues, junto a dos abrigos con pinturas esquemáticas, apareció un tercero con representaciones levantinas, tipo este de arte que no esperábamos encontrar en el territorio.
Para cubrir la totalidad del barranco se montó otra batida en septiembre del mismo año y de nuevo saltó la sorpresa al localizarse, en un abrigo de mayores dimensiones que los anteriores y mucho más profundo, representaciones pintadas de época paleolítica.
En total se visitaron 56 covachos, viéndose los trabajos muy dificultados por la gran proliferación de la vegetación arbustiva, que en ocasiones se convertía en una auténtica barrera impenetrable. La incómoda andadura por los abandonados parajes imprimió un ritmo muy lento a las labores de prospección.
En noviembre de 1979, una tercera expedición por la misma zona del río Vero dio como fruto el descubrimiento de un quinto abrigo con pinturas, aquellas de índole levantina y esquemática. (Baldellou, 1981: 34).
Efectivamente, en noviembre de 1974 Vicente tomó un primer contacto con
la cueva de Chaves, y en agosto de 1975, provisto de los permisos reglamentarios, procedió a la primera excavación arqueológica, que publicaría con Adolfo Castán
ocho años más tarde, en 1983, con reedición en 1985 en el primer número de Bolskan:
revista de arqueología oscense, publicada por el Instituto de Estudios Altoaragoneses
(IEA) y dirigida por él hasta su fallecimiento (Baldellou y Castán, 1983).
Figura 1. Excavaciones en la cueva de Chaves.
(Museo de Huesca)
Anteriormente, en julio del mismo año de 1975, había estado excavando unos
quince días en la Espluga de la Puyascada con un grupo de ocho personas y la colaboración de María José Calvo y Ánchel Conte, descubridor del yacimiento. En julio de 1976 realizaba otra campaña de excavaciones de seis días con nueve
personas en la cueva del Forcón, que presentaba en su techo una serie de maccaroni
trazados con los dedos. Participaron en los trabajos alumnos del Colegio Universitario de Huesca y miembros del Grupo de Investigación Espeleológica (GIE) de
Peña Guara.
Pero en 1978 Vicente dirigió sus pasos hacia Alquézar y el río Vero, entorno del
que no se separaría durante el resto de su existencia y lugar del que, según sus palabras, se iba a «enamorar» y que le marcaría profundamente, tanto en su vida como
en sus investigaciones.
El Vero conforma uno de los cañones más orientales de la sierra de Guara y tiene
su fuente cerca de El Pueyo de Morcat. Una gran parte del año se encuentra seco
hasta las inmediaciones de Lecina, donde es alimentado por la fuente perenne deerrala (la fuente de Lecina). A partir de este punto cruza una amplia meseta de calizas eocenas, encajonado en profundas gargantas. Algunos kilómetros más al sur sale
de su encajonamiento, ya próximo a la villa medieval de Alquézar, y sigue un curso
más calmado a través de un valle que se abre hacia las tierras bajas.
La primera visita conocida a la zona fue la de Lucas Mallada entre los años 1874
y 1876. En 1889 el francés Albert Tissandier, acompañado por el guía Pujo, realizó
unos grabados, los primeros conocidos de esta región. En 1906 el montañero y fotógrafo francés Lucien Briet hizo las primeras fotos del Vero, y en 1908, en una publicación titulada Le bassin supérieur du Rio Vero (Haut-Aragon – Espagne), expresaba
la majestuosidad y la belleza del barranco de Lecina:
On a, d’une sorte de réduit que les crues envahissent la faculté de plonger les
regards dans l’étranglement par lequel arrive le rio Vero. Ce passage voulu par un
rocher qui s’avance en forme de cap, n’a guère que cinq mètres de large. Au-delà
existe un nouveau promontoire, plus lugubre que le premier et derrière un coude
empêche de voir davantage. Une falaise réduit en outre la perspective dans le sens
de la hauteur, que les eaux claires et azurées remplissent et qu’il ne serait pas prudent de
franchir à la nage. (Briet, 1908).
Pero habría que esperar al año 1967 para que Pierre Minvielle, que realizaba la prospección del barranco de Lecina acompañado por su esposa, Anne-Marie, y por Jean
Grangé y Jean-Marie Thuilleaux, citase por primera vez las pinturas rupestres. La
zona le provocó una fuerte impresión que plasmaría en 1968 en un artículo, «Les
quatre canyons du Rio Vero», en la revista francesa Montagne et Alpinisme. Citamos
unas líneas del mismo que hacen referencia a la zona de Gallinero:
Entre temps, les parois se sont élancées, la gorge a pris de l’ampleur, nous
sommes dans le barranco de Lecina. Soudain, après un méandre, coup de théâtre :
une falaise pourpre, légèrement arquée, percée d’innombrables grottes, impose son
formidable fronton. On songe à la Cité Perdue, et si l’on se donne la peine d’escalader la muraille pour atteindre ces cavernes, l’image littéraire devient, d’un coup,
réalité. Dans ces niches, les traces d’un habitat ancien fourmillent, sur le sol, sur les
murs, partout. Certaines peintures font penser à l’art Aurignacien… Quel archéologue compétent viendra un jour éclairer de son savoir les origines de cette étrange
cité ? (Minvielle, 1968).
Don Antonio Beltrán, al leer la frase de Minvielle «Certaines peintures font penser
à l’art Aurignacien», y sabedor de que este había solicitado permiso a la Dirección
General de Bellas Artes el 22 de enero de 1969 para realizar trabajos en la zona del
barranco de Lecina, organizó una expedición en pleno invierno (entre el 29 de enero
y el 2 de febrero de 1969) para ver las pinturas. El mismo 3 de febrero remitía el informe
preliminar a Madrid con una sucinta descripción de los covachos y las representaciones
pintadas, así como de la ayuda recibida por parte del entonces alcalde de Lecina, Vicente Villacampa Plana, y de los vecinos Jesús Berges Montel y Antonio Peñart
Peñart, que acompañaron y ayudaron a los expedicionarios del entonces Departamento de Prehistoria e Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza (Ignacio Barandiarán, Miguel Beltrán, María Pilar Casado, María Carmen Alcrudo, María Teresa
Andrés, Almudena Domínguez y María Isabel Molinos, con los entonces alumnos
María Ángeles Magallón, Francisco Burillo y Joaquín Lostal, encabezados por Antonio Beltrán) a llegar a los abrigos de Gallinero, Las Escaleretas y Fajana de Pera, así
denominados por los lugareños.
Figura 3. Foto aérea de la zona de Alquézar
y el barranco del río Vero en 1986.
(Foto: Vicente Baldellou)
En 1972, después de haber dado por terminados sus trabajos en la zona, Antonio
Beltrán publicaría Las pinturas esquemáticas de Lecina (Huesca). Estos abrigos, con
más de ciento diez figuras esquemáticas solamente en Gallinero, fueron después objeto de nuevos estudios, en 1987 se volvieron a realizar calcos integrales y en 2008
se efectuaron las últimas investigaciones con la colaboración del Departamento de
Antropología Cognitiva de la Université Nice Sophia Antipolis. A partir de la publicación de Antonio Beltrán de 1972 los trabajos sobre el arte
rupestre en la provincia de Huesca, y en particular en la sierra de Guara, cayeron en
un letargo hasta el inicio de las investigaciones emprendidas por Baldellou en 1978.
En julio de ese año iniciaba una primera exploración en el barranco de Villacantal,
acompañado por María José Calvo, profesora del Colegio Universitario de Huesca,
y María Teresa Andrés, de la Universidad de Zaragoza, entre otros. En la cueva de la
Fuente del Trucho hallaron en superficie piezas líticas que se revelarían de época musteriense. Pero además descubrieron las pinturas levantinas de Arpán L y los dos
covachos de Arpán E1 y Arpán E2, con representaciones esquemáticas.
Figura 4. Participantes en la prospección del
barranco de Villacantal en septiembre de 1978.
(Foto: Adolfo Castán)
Estos primeros hallazgos se dieron a conocer en unos avances y varias publicaciones basadas en los calcos realizados por la Universidad de Zaragoza. En 1987 el Museo de Huesca decidiría emprender una nueva campaña de estudios y la realización de nuevos calcos más precisos para su posterior publicación en Bolskan.
En septiembre de 1978, esa vez acompañado por un grupo de personas más importante (Anna Mir, contactada por Vicente para estudiar el yacimiento; María Teresa Andrés,
de la Universidad de Zaragoza; María José Calvo, del Colegio Universitario de Huesca,
y Adolfo Castán, del GIE de Peña Guara, entre otros), Vicente organizó una nueva expedición para explorar la totalidad del barranco. Durante la estancia en la cueva de la
Fuente del Trucho es cuando se percataron de la presencia de pinturas y grabados, sin
todavía atreverse a darles una atribución cronológica, como recordaría Vicente en 1981.
En el mes de noviembre del año siguiente, 1979, se organizó otra prospección
hasta la cueva de Regacens, en el término de Asque, en la margen izquierda del río
Vero, frente al barranco del castillo de Alquézar, lugar que le indicó y adonde lo
acompañó el párroco del pueblo, José María Cabrero. Fue otra sorpresa para Vicente
por la profusión del lugar en representaciones levantinas y esquemáticas.
Figura 5. Transporte de rejas al abrigo
de Chimiachas por parte del ejército*. Con camisa
azul, Manuel Moreu, el herrero de Alquézar.
(Foto: Vicente Baldellou)
Los años de 1980 y 1981 fueron asimismo muy intensos tanto en prospecciones
como, sobre todo, en descubrimientos. Acompañado por algunos amigos de Huesca
como Pedro Estaún, Carlos Esco, Lourdes Ascaso y, por supuesto, María José Calvo,Vicente aprovechaba los fines de semana y las vacaciones para explorar los barrancos
en los alrededores de Alquézar. En esta localidad entabló relación con algunos personajes singulares de la zona, que también lo acompañaron en algunas de aquellas
batidas en busca de abrigos pintados. Entre ellos se hallaban el mencionado José María
Cabrero, párroco del pueblo y de varios otros de la comarca; Tomás Sierra, el juez
de paz que fue durante muchos años guía de la colegiata y que recorría varias veces
al día, a pasos siempre rápidos y con un enorme manojo de llaves, la distancia entre
su casa y el cenobio; José Antonio Fumanal, hombre delgado y alto al que llamaban
Carrucho, gran conocedor de los montes de la región, o Manolo Moreu, el herrero,
un hombre fornido, con unas manos impresionantes y también un corazón inmenso.
En 1979 fue Manolo el encargado de colocar la tremenda reja de la Fuente del Trucho, un trabajo a la medida del personaje. Rota esta valla tiempo después por la acción
de unos desaprensivos, tuvo que arreglarla y volverla a pintar, y en el mismo año
realizó también el cerramiento del covacho de Arpán L.
Más adelante, Vicente le encargó la protección de quince abrigos más. Esta
labor preventiva era también un tema prioritario para él y se las ingenió para contar
con la ayuda de militares que efectuaron el transporte de los elementos que Manolo
y su equipo encajaban posteriormente in situ. Eran transportes muchas veces bastante largos y tediosos, como para llegar a la Fuente del Trucho, Chimiachas o Remosillo, en Olvena, donde había que cruzar el río Ésera; y en ocasiones peligrosos, como en la zona de Gallinero, en la que se colocó una viga a 20 metros del suelo
para permitir el montaje.
Figura 6. Lorenzo Castillo con Vicente
Baldellou y María José Calvo en el abrigo
levantino de Muriecho. (Foto: Pedro Ayuso)
La discreción de las rejas utilizadas para no distorsionar el paisaje era asimismo
una prioridad para Vicente, que siempre se negó a la construcción de muros o pilares.
Un día nos dimos cuenta de que el color rojo oscuro del minio que usaba Manolo
hacía que las rejas quedaran difuminadas sobre el fondo, así que hizo pintar de nuevo
las que estaban desde un principio con tonalidades verdes. Lorenzo Castillo, enterrador y tractorista de Alquézar, que fue en sus años mozos
pastor en la zona, se volvió imprescindible para Vicente y fue durante mucho tiempo
su guía. Fallecido hace ya unos cuantos años, Lorenzo era un hombre peculiar, no le
gustaba mojarse y, cuando había que cruzar el río, desaparecía y se las ingeniaba para
aparecer en la otra orilla, pero siempre seco, como lo hacía también Hunt, el perro
de entonces de Vicente, que lo seguía a todos los sitios. Lorenzo siempre hablaba de
galaxias y constelaciones, unos mundos mágicos que se inventaba. Pero fue un guía
incansable, siempre disponible para él.
Y cómo olvidarnos de Maribel, una mujer de carácter a la que no se le podían
comentar según qué cosas relacionadas con sus menús, como se atrevió a hacer don
Antonio Beltrán al final de una comida con Francisco Jordá y con Vicente, entre otros
comensales, sugiriéndole que aún tenía apetito después de comer lo indecible. Con
razón se le plantó Maribel con los brazos cruzados bajo su imponente pecho. ¡Casino sale vivo de la broma! O de Antonio, su esposo, un hombre afable y campechano,
fallecido hace poco, que era el encargado de asar las costillas de ternasco. Maribel y
Antonio, dueños de Casa Gervasio, nos obsequiaban con unas sabrosas y copiosas
cenas proporcionando crédito a Vicente, quien tenía que esperar la aprobación de la
subvención, que siempre llegaba un poco tarde, para liquidar las cuentas pendientes
con la casera…
Figura 7. Grupo de investigación
en Cueva Negra en agosto de 1986.
(Foto: María José Calvo)
Fue Lorenzo Castillo quien en 1980 llevó a Vicente hasta la cueva de Litonares,
cavidad difícil de encontrar al estar cerrada por un muro de piedra seca. Quiso entrar
él el primero y enseguida vio las pinturas levantinas que nunca había visto, a pesar de
haber pasado parte de su juventud guardando los rebaños y durmiendo en su interior.
En las inmediaciones detectaron también dos abrigos con restos de pintura esquemática, Litonares E2 y E8.
En 1982 el arqueólogo Ramón Viñas, amigo de Vicente, le propuso realizar el
calco de las pinturas de Litonares, documento que fue durante largo tiempo la única
referencia existente, hasta los trabajos de estudio llevados a cabo posteriormente por
Vicente y su equipo del Museo de Huesca.
Años más tarde Vicente decidiría volver a la partida de Litonares. Las visitas se
revelaron positivas, pues se encontró Cueva Negra y varios abrigos con restos de pinturas. En la segunda quincena de agosto de 1986 se organizaba una campaña de
prospección con un grupo más numeroso para ejecutar sondeos en Cueva Negra,
documentar las pinturas, realizar topografías y seguir con las exploraciones. La expedición la formaban Vicente Baldellou, María José Calvo, Albert Painaud, Pedro
Ayuso, Nieves Juste, Mariví Palacín, Carmen Arduña, María Jesús Puimedón y el
guía Lorenzo Castillo. En años posteriores las labores se complementarían con tareas
de laboratorio. Aquellos trabajos de campo permitieron encontrar hasta ocho abrigos
con restos pictóricos, y en Cueva Negra, restos arqueológicos prehistóricos. Desgraciadamente Vicente no tuvo tiempo de divulgar los resultados, que se publicaron en
2017 en Bolskan (Ayuso et alii, 2017).
En 1981 Lorenzo Castillo llevó a Vicente a las cuevas de Quizans, muy conocidas
por los lugareños porque fueron utilizadas desde hace siglos como rediles para las
ovejas en la encrucijada de varios caminos hacia los Pirineos utilizados como paso
obligado de la trashumancia. Allí muchas personas del pueblo habían visto pintada
una rabosa con una inmensa cola. Se localizaron al mismo tiempo dos abrigos con
pinturas esquemáticas y se vallaron de inmediato. Pero finalmente la famosa rabosa
se describió como un ciervo, su cola resultó ser la imponente cornamenta y su
supuesta cabeza no era otra cosa que un cervatillo.
Ese año fue muy importante en descubrimientos. Las prospecciones se hacían
siguiendo varios rumbos a la vez. Aparte de los lugares pintados ya conocidos,
aparecieron los levantinos de Muriecho y de Labarta y los esquemáticos de Cueva Palomera, Artica de Campo y Mallata, lo que elevaba a veinte el número de abrigos
conocidos.
Figura 8. Labores de prospección en el río Vero
buscando la ruta. (Foto: Pedro Ayuso)
Pero 1981 fue también el año de los primeros trabajos de campo, cuando comenzaron los levantamientos topográficos, con unos métodos bastantes arcaicos de los
cuales se reían mucho unos amigos franceses que nos acompañaron alguna vez. Unas
gomas de ropa interior nos servían de líneas de referencia, y nos teníamos que ingeniar muchas veces unos inventos a base de ramas para llegar a lo alto de las bóvedas
con la finalidad de medir la altura de las cuevas. Los resultados de las mediciones así
obtenidas se pasaban a continuación a una hoja de papel milimetrado donde, juntando los puntos, aparecía el perfil de la pared. Hasta la aparición de aparatos más
modernos, ya dotados con láser, durante mucho tiempo ese fue el método que se fue
empleando prácticamente en la totalidad de los abrigos descubiertos. Pero lo que a Vicente le ocasionaba más problemas era la realización de los calcos
de las pinturas. La idea que él tenía era que debían ser lo más fieles posibles a la realidad,
pero un sinfín de adversidades se unía en nuestra contra: hojas de plástico supuestamente transparentes y elegidas con esmero que no servían porque con el sol reflejaban,
sujeción de las mismas a la pared con cintas adhesivas que no servían y que había que
sustituir por el esparadrapo del botiquín, y rotuladores que se revelaban demasiado
gruesos y cuyos trazos se borraban o el alcohol no los limpiaba del todo…
Poco a poco, con pruebas y ensayos, los calcos se fueron afinando y aprendimos
qué hojas de plástico había que emplear, cómo sujetarlas a la pared y, sobre todo, un afinado trabajo de dibujo a veces en unas posturas imposibles (con unos rotuladores
tamaño 0,1 y bastoncillos con que corregir los errores) para reproducir con esmero
las representaciones pintadas. Esos calcos se trasladaban, ya en el Museo, a papel vegetal con la ayuda de fotos y diapositivas y con unos Rotring lo más finos posibles y
las consiguientes e innumerables horas de puntillismo.
Figura 9. Pedro Ayuso y Manuel Bea. Labores
de calco en el abrigo levantino de Muriecho.
(Foto: Antonio Alagón)
Los primeros calcos realizados con método arcaico fueron los elaborados en los
abrigos de Mallata a finales de 1981, con un importante equipo de personas; los de
Quizans, en febrero de 1982, y finalmente Cueva Palomera, donde las pinturas desaparecen bajo una enorme capa de polvo calcificado.
En septiembre de 1982, con los calcos reducidos, enmarcados y con cristales, a
pesar de su notable tamaño, envueltos en mantas y cargados en un Fiat Panda, Vicente
y Albert emprendieron un largo viaje a Salamanca para presentar estos descubrimientos
en el Coloquio Internacional sobre Arte Esquemático de la Península Ibérica.
La exigencia de Vicente era tal que muchas veces tuvimos que repetir calcos
como, por ejemplo, el del abrigo levantino de Muriecho, cuyos primeros levantamientos se iniciaron en 1982, un año después de su descubrimiento. Los trabajos de calco se repitieron varias veces hasta que quedó satisfecho, y se publicaron finalmente
en el año 2000 en Bolskan.
Figura 10. En el Museo de Huesca.
Últimas correcciones. (Foto: Manuel Alcaine)
La labor divulgativa de los descubrimientos rupestres era también intensa por
parte de Vicente. Numerosas conferencias, publicaciones y actas de congresos científicos dan testimonio de las investigaciones que se llevaban a cabo por él y su equipo
del Museo de Huesca, compuesto por María José Calvo y Albert Painaud, a los cuales
se uniría Pedro Ayuso en 1984.
En noviembre de 1985 se celebró en Caspe el I Congreso Internacional de Arte
Rupestre, donde se dio cita un importante elenco de estudiosos del arte rupestre europeo (Jean Clottes, de Francia; Jarp Nordbladth, de Suecia; Hans-Georg Bandi, de
Suiza; Emmanuel Anati, de Italia; por supuesto, Antonio Beltrán, Francisco Jordá,
Eduardo Ripoll y unos cuantos más). Vicente presentó en él las pinturas del río Vero.
Ya eran treinta y cuatro los espacios y lugares descubiertos, y escribía: No se puede negar que el conjunto posee una notable entidad aumentada si cabe
por la coexistencia física de los tres tipos de arte prehistórico tradicionalmente conocidos —paleolítico, naturalista y esquemático—, a los cuales puede ahora sumarse
otro nuevo, recientemente identificado: un arte «lineal-geométrico», quizás asimilable
al singularizado por Fortea en las regiones levantinas y cuya presencia, de momento,
solo hemos podido señalar en el abrigo de Labarta. Esta asociación de estilos en un
área tan reducida como la que nos ocupa no deja de ser un hecho anómalo, incluso
excepcional, y viene a reafirmar la indubitable relevancia de este círculo pictórico
altoaragonés. (Baldellou, 1986-1987).
Las expediciones a la cuenca del río Vero no cesaban y recogían sus frutos. En
1985 se descubrieron las figuras pintadas de Mallata B, un covacho colgado a 250
metros por encima del río y cuyo acceso era un tanto arriesgado (decimos era porque
hace tiempo la instalación de escaleras y pasamanos para la apertura al público ha facilitado notablemente el acceso). También se realizaron prospecciones con resultados
positivos en lugares cuyos nombres, como Viñamala o Malforá, son tan evocadores
como casi inaccesibles.
Pero los descubrimientos desbordaron también la zona del río Vero. En 1984 se
descubrían las pinturas del Forau del Cocho, cerca del santuario de La Carrodilla, en
Estadilla, que en un primer momento fueron estudiadas por Antonio Beltrán. Unos
pocos años más tarde Mariano Badía encontró la Coveta del Engardaixo y Vicente,
rápidamente avisado, realizó una visita al lugar para evaluar el descubrimiento.
En 1986 un indicador anónimo señalaba a Vicente las pinturas de Remosillo,
cerca de Olvena, un importante descubrimiento con unas representaciones esquemáticas de carros y yuntas de bueyes, entre otras. Más al este, en el Noguera Ribagorzana, Joan Rovira llamó a Vicente para evaluar unos descubrimientos cerca
del municipio de Baldellou. Los sucesivos hallazgos de las cuevas de Montderes, Santa Ana y Les Coves han originado un conjunto rupestre esquemático importante en la zona.
Figura 11. Realizando los calcos
de las pinturas del abrigo de Solencio III.
(Foto: Albert Painaud)
El descubrimiento en 1991 de las pinturas esquemáticas de Cueva Pacencia, en
Rodellar, llevó las investigaciones hacia el oeste, a los barrancos del río Mascún y otros
cercanos. Las prospecciones y el posterior estudio de la zona se efectuaron en 1992
gracias a una beca del IEA. Más adelante, en 1995, José Antonio Cuchí y Enrique Salamero encontraron el abrigo de Palomarón, que visitó Vicente y cuyos resultados se
publicaron recientemente en Bolskan (Painaud y Ayuso, 2019a). En 1993 se descubrieron también por parte del equipo del Museo de Huesca,
que realizaba excavaciones arqueológicas en la cueva de Chaves, unos esquematismos
pintados sobre unos cantos rodados del conglomerado donde se localizan las covachas
de Solencio. Estos abrigos se encontraron en el lado izquierdo del barranco, casi a la
altura de Chaves.
Finalmente, ya más cerca de Huesca, el conjunto levantino y esquemático de
La Raja L, en el término de Santa Eulalia la Mayor, descubierto por un miembro
del GIE de Peña Guara, Esteban Anía, en 1996, conformaron casi el corpus rupestre del Alto Aragón, que, por suerte, en los últimos años ha ido creciendo con nuevos hallazgos.
Pero, a pesar de todo, Vicente centró mucho sus esfuerzos de investigación y de
divulgación en la cuenca del río Vero, de la cual, como ya hemos señalado, decía ser un «enamorado». En el año 2001, en una conferencia en el Centro de la UNED de
Barbastro, afirmaba lo siguiente:
Cuando el Museo de Huesca decidió el inicio de las prospecciones en los cañones
del río Vero, no podía imaginar que, años después, hablaríamos de uno de los conjuntos de arte rupestre más importantes. Es absolutamente excepcional que haya más
de sesenta estaciones pintadas en un territorio geográfico tan limitado, donde coexisten los tres tipos de arte prehistórico que se conocen en la península Ibérica. Es
como si se hubiera celebrado un encuentro de artistas venidos de diferentes lugares
y se hubieran puesto a pintar como locos. (Baldellou, 2001).
Figura 12. Vicente Baldellou y Albert Painaud
en el abrigo de Chimiachas en septiembre
de 1983. (Foto: Colección Albert Painaud)
Sepa el lector convertido en viajero que, al hollar con sus pies los sobrecogedores
paisajes de los cañones del río Vero, se estará adentrando en un mundo de evocaciones
remotas, de ancestrales y primitivas raigambres. Por estos mismos lugares, unos cuantos
miles de años atrás, pulularon unos seres humanos cuyas ideas o creaciones les llevaron
a plasmar sobre las paredes de estas cuevas y de estos abrigos rocosos, un amplio abanico de manifestaciones pictóricas, las cuales, hoy por hoy, constituyen uno de los legados arqueológicos más importantes del mundo. (Baldellou et alii, 2009: 26)
Y es esta atracción, digamos amorosa en el sentido más amplio de la expresión,
por el agreste y hermoso paisaje de la cuenca del río Vero y los numerosos hallazgos
y publicaciones que de esos restos pictóricos llevó a cabo Vicente Baldellou, lo que
conforma y define su extraordinario legado rupestre.
*Quiero aportar información sobre el apoyo por parte del Regimiento Valladolid 65 al transporte y colocación de verjas. En la foto y descolgando una verja con una polea con cuerdas estáticas, sin boina con la cabeza vuelta, vemos al entonces Sgto. Usón, el resto de los militares con boina eran soldados de reemplazo de la Compañía de Esquiadores Escaladores del citado Rgto. Las ultima verjas se transportaron y colocaron en el año 1990 en la zona de Remosillo (Olvena). (Fuente M. Ardanuy).
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