miércoles, 24 de junio de 2020

ABRIGO DE VAL DEL CHARCO DEL AGUA AMARGA. ALCAÑIZ

ARTE RUPESTRE EN ARAGÓN (1998-2018)*
CATÁLOGO DE YACIMIENTOS DE TERUEL (204-209), por Manuel Bea Martínez (Coordinador)
*Editado por el Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón

HISTORIA
    A pesar de que el abrigo decorado se encuentra en una zona muy transitada en la que se extienden, desde antiguo, campos de cultivo, las pinturas de Val del Charco del Agua Amarga no serían descubiertas hasta septiembre de 1913 por Carlos Estevan Membrado, vecino de Valdeargorfa, quien rápidamente lo pondría en conocimiento de Vidiella. No obstante, será Cabré quien en 1915 publique en su clásica obra Arte Rupestre en España el estudio preliminar de las pinturas.
    En trabajos posteriores se realizarán pequeñas correcciones, sobre todo en los calcos, como en el realizado por Ripoll (1956) o en el de Beltrán (1968). Con la pretensión de preservar (Royo y Benavente 1999) y en el marco del reestudio de la estación aludida por parte de Beltrán, se acometerá en 2000 el proceso de restauración y limpiado de las pinturas, del que se encargaría E. Guillamet (Beltrán 2002: 53-59), tras el cual aparecerían nuevas figuras, dejando al descubierto la gran riqueza pictórica del abrigo.
    Precisamente este proyecto de reestudio del conjunto, dirigido por Beltrán, se muestra como el más reciente y cuidadoso, fruto del cual surge una monografía de obligada referencia para el estudio, no sólo del abrigo, sino del arte levantino aragonés (Beltrán 2002).
LOCALIZACIÓN
    Se trata de un conjunto singular, probablemente el más importante en Aragón, atendiendo a la riqueza figurativa y estilística que contiene en relación con la ubicación geográfica que ocupa, relativamente aislado, con excepción del vecino abrigo de la Cuesta de Pel.
    La estación se localiza a unos 17 km de la villa de Alcañiz, desde la que se accede al abrigo por medio de una red de pistas perfectamente transitables y señalizadas, dejando el coche al pie mismo de las pinturas. Éstas se realizaron en un mogote de arenisca en el que la erosión ha conformado un abrigo que se abre a un amplio, llano y despejado valle lejos de las escarpadas zonas y relieves accidentados en los que suele aparecer este tipo de arte rupestre. Alejado de cañones y barrancos, el abrigo de Val del Charco ocupa, no obstante, una posición estratégica en lo referido a redes de comunicación de manera que se ha calificado a la zona como “muy transitada” (Beltrán 2002: 23), destacándose la presencia de una charca en las cercanías que en opinión de algunos estudiosos habría servido como punto de atracción para animales a los que los cazadores levantinos darían caza mientras abrevaban (Beltrán 2002: 37).
    Las dimensiones del abrigo, 8,5 metros de anchura, 3,5 metros de altura y una profundidad que varía entre los 2,7 y los 3,5 metros, hacen que aparezca como un verdadero hito geográfico aspecto que, junto a la proximidad de la charca apuntada, podría haber determinado su elección como posible santuario.
DESCRIPCIÓN
    Las representaciones gráficas se emplazan en una franja de unos 6,8 metros de longitud y a una altura media de 1,5 metros. La coloración amarillenta de la roca permite que los matices violáceos, castaños, rojos y naranjas de las pinturas adquieran un mayor protagonismo y permitan una observación privilegiada de las mismas.
    La importancia de esta estación radica tanto en el gran número de representaciones que contiene (109), como en su variedad temática, o en la plasmación de algunas actividades observables también en otros abrigos geográficamente lejanos, sus superposiciones, el tamaño de algunas de
sus representaciones y por la singularidad de otras.
    En las tres zonas decorativas que se acogen a la existencia de otras tantas oquedades es posible destacar algunas representaciones que por su temática y convenciones estilísticas merecen un comentario algo más detenido. 
    Comenzando por la izquierda, encontramos, junto a representaciones de arqueros levantinos clásicos en actitud dinámica y a pequeñas cabras naturalistas, unos trazos lineales verticales infrapuestos a una representación de cáprido naturalista a la carrera, que se han definido como pre-levantinos, ya macroesquemáticos ya pertenecientes al denominado lineal-geométrico. A escasos centímetros a la derecha se encuentra la única representación totalmente esquemática no identificable de todo el abrigo en una tonalidad anaranjada, y que se definió como una figura antropomorfa por Almagro y como una forma escaleriforme o en espina por Beltrán (1970) que se ajusta más a la realidad. Próxima a esta figura se encuentra la de un arquero de grandes dimensiones con las piernas abiertas en ángulo obtuso muy abierto y que responde a las convenciones levantinas clásicas; cabeza de perfil en la que se representa la melena sujeta con una diadema, cuerpo triangular que adelgaza progresivamente hacia la cintura hasta convertirse en un fino trazo que se une sin solución de continuidad con unas gruesas piernas en las que se indica someramente una musculatura que aparece vestida mediante unos calzones con jarreteras. En la mano más adelantada porta un arco y un haz de flechas en el que se distinguen las emplumaduras.
    En la zona central del abrigo se reproduce una de las escenas más interesantes del arte rupestre levantino, para la que encontramos paralelos en tierras castellonenses. Un numeroso grupo de arqueros “al vuelo”, es decir, con las piernas abiertas en ángulo de 180º, conforman una composición en la que la perspectiva oblicua subraya la sensación de velocidad y dinamismo. Hasta catorce arqueros forman parte de una escena a la que la actividad venatoria no parece dar explicación, tal y como ocurre en otros conjuntos. Merece la pena destacar que en un análisis pormenorizado de las figuras que conforman la “carrera al vuelo” se advierte que no todas participan de los mismos patrones estéticos, aunque se encuentran muy cercanas.
    En este sentido, las figuras 48, 49, 50 y 55 de la citada escena se separan de los cánones establecidos para el resto de figuraciones, ya que estas cuatro son las de mayores dimensiones de la escena y les fueron aplicados diversos tratamientos diferenciadores. Así, por ejemplo, la abertura de las piernas de estos arqueros no alcanza los 180º como sí se constata en el resto; además, los pantalones o zaragüelles culminan a la altura de la rodilla en dos picos bien marcados que no se aprecian en el resto de forma tan evidente; y son las únicas representaciones en las que se superponen las piernas que, como apunta Beltrán, dan idea del movimiento acompasado de los hombres (Beltrán 2002: 122).
    La dificultad en la descripción y definición de algunas de estas representaciones se
ejemplifica perfectamente en la figura 55 que en un primer momento se pensó que cargaría con una especie de recental. Más tarde, una revisión interpretativa de la misma figura, llevará a interpretar el bulto
transportado como un pequeño ser humano (Beltrán 2000), tal vez un niño, temática que aparece nuevamente reproducida en el abrigo castellonense de Centelles (Guillem y Martínez Valle 2004).
    En la parte central y superior del abrigo se observan una serie de restos pictóricos analizados como independientes pero de los que, tal vez, se podría inferir la figura de un gran arquero en actitud dinámica hacia la izquierda, y del que tan sólo se conservaría parte de las piernas, del arco y del haz de flechas. Las enormes dimensiones de la figuración, sería la más grande de todo el arte levantino, hace que esta propuesta se realice no sin dudas.
    En la tercera cavidad o sector del abrigo encontramos dos de las figuras más relevantes del conjunto por sus dimensiones. La primera de ellas se corresponde con un gran ciervo macho que mira hacia la derecha, y cuyos restos conservados alcanzan los 80 centímetros de longitud. A pesar de que no se han conservado las patas del animal, la buena conservación global de la figura resalta la majestuosidad estática de la misma. El cuidado detallismo, propio del naturalismo más fiel empleado en este tipo de representaciones animales, se aprecia en el tratamiento de las orejas, los candiles de las astas o en la corrección en la línea superior de la cabeza, que no se desluce ante las superposiciones de otras figuras animales. 
Se aprecia perfectamente la técnica del silueteado empleada en su confección, rellenando con posterioridad la parte interior con una pintura más diluida.
    La segunda de estas representaciones se corresponde con la poco frecuente temática femenina. A lo reducido de la temática se añaden las dimensiones de la referida que, hasta el descubrimiento de los antropomorfos de la Cueva del Chopo, era la figura humana más grande de todo el arte levantino, alcanzando los 50 centímetros de longitud. Las convenciones estilísticas observables en esta figura concuerdan con las básicas del arte levantino clásico; cabeza piriforme, cuerpo extremadamente estilizado que contrasta con una representación del tercio inferior naturalista, en la que destaca la representación de una larga falda que le cubre hasta unas pantorrillas en las que se aprecia el volumen muscular y los pies descalzos. La falda y la representación de un pecho desnudo permiten identificar a
esta figura como una representación femenina que, aun sin adornos ni elementos distintivos, es posible identificar como la dominante, junto al gran ciervo, en el tercer sector decorado.
    Junto a las figuras que hemos venido describiendo de forma somera, encontramos en el abrigo otras muchas que responden a representaciones animales naturalistas de tamaño medio como cabras, ciervos y un jabalí que aparece acosado por arqueros, otras más grandes como un bóvido al que sólo se aplicó el modelado en la cabeza, así como un gran número de arqueros más o menos estilizados en diferentes actitudes siempre dentro de los criterios levantinos, con la única salvedad de un antropomorfo esquemático de color negro.
    No muy lejos del abrigo de Val del Charco, en la zona donde se inicia el descenso hacia el abrigo de Val del Charco, se advierte la existencia de un pequeño covacho a cuyos pies se extienden cultivos de frutales, caracterizado por tener un suelo muy inclinado que dificulta la estancia en el mismo. La cavidad contiene dos digitaciones verticales en color rojo y unos trazos geométricos en negro (Beltrán 2002: 60-61).


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